Eran más grandes los cuadriláteros en los que peleaba, que el apartamento en el que Clemente Rojas Morales reside hoy en Miami.
Vive solo, pero los objetos que protege como un tesoro se han convertido en su mejor compañía para recordar y sentir regocijo: unos guantes que cuelgan en un espejo y una medalla que no pierde su brillo, la cual reposa en la caja de plástico que le entregaron después de exhibir el metal en su pecho el mismo día que cumplió 19 años de edad.
Hoy, a sus 63, 44 después de entregarle al país una de las mayores satisfacciones en la historia deportiva, este hombre de piel morena, de piernas que no pierden agilidad y manos que conservan fuerza, no solo continúa dándole golpes a la tierra, también a un saco de arena pues asegura que el boxeo le hace tanta falta como respirar.
“Claro hombe, cómo no voy a seguir entrenando, si el boxeo es el que me mantiene en forma, el que me da energía, alivio. Y bueno, sigo trabajando, porque tengo la responsabilidad de dejarle algo a mis cuatros hijos y a mi esposa”.
Así se expresa, con el característico acento costeño, quien el 1° de septiembre de 1972, en la ciudad alemana de Múnich, se convirtió en el primer pugilista colombiano en conquistar una presea olímpica: bronce en la división pluma (126 libras).
“Tengo intactos los recuerdos de lo que viví ese año. De la manera como me clasifiqué, de lo que me hicieron en esos Juegos, de la frustración de no poder disputar el combate por la medalla de oro y del dolor que sentí cuando los palestinos asaltaron el cuartel de los israelitas y acabaron con la vida de varios de ellos. Esa masacre y quedar eliminado cuando sabía que había ganado son difíciles de borrar de la mente”.
Rojas, quien nació en Cartagena pero que se considera barranquillero al formarse personal y deportivamente en la capital del Atlántico, dice que “el tiempo de Dios es perfecto, y lo que él predetermina nadie lo puede cambiar”.
Su camino olímpico
Para competir en esos Juegos, Clemente debía lograr el cupo en un clasificatorio en Cali, pero una controversial decisión en la pelea con Sigifredo Moreno, de Buenaventura, hizo que sus esperanzas de quedar en la Selección se fueran al piso.
“Me querían sacar con trucos del equipo. Al rival que ya había derrotado meses antes en el Nacional en Barranquilla le volví a dar una muñequera. Pero al final del combate los jueces le levantaron la mano y lo dieron ganador, pienso que por ser local”.
Ante la “injusticia”, que señala Clemente, este solo deseaba retornar lo más rápido posible a Barranquilla. Sin embargo, el entrenador cubano Sócrates Cruz lo impidió. “Con determinación dijo que yo había sido claro vencedor y se echó medio país encima al defenderme. Yo estaba molesto, pero él me expresaba que estuviera tranquilo, que era yo quien iría a la Olimpiada y que me iba a entrenar para ser medallista, no le creía, pero así fue. Más que un entrenador fue un motivador, porque con sus palabras de aliento me ayudó a llegar lejos, esa medalla también fue gracias a él”.
Gesta y asalto terrorista
Ya en Alemania, primer país fuera de Colombia que conocía en su vida, Clemente se sentía maravillado.
“Uy, ese país es muy hermoso y organizado. De Múnich me sorprendió su desarrollo, el teleférico, el subterráneo, una cantidad de cosas que jamás pensé existían”.
Pero más allá de lo que sus ojos degustaban, Clemente se enfocó en la parte deportiva.
“Es que a unos Juegos Olímpicos no se puede ir a conocer ni a participar, se va es a competir y ganar. A luchar por entregarle una alegría al país”.
No olvida que en su combate con el español Antonio Rubio se aseguró la medalla de bronce. “Lo tenía dominado, pero él, ante el desespero, me daba puños indebidos que le causaban faltas. Me pegaba en la espalda, en las piernas, hasta en los testículos, al final los jueces lo descalificaron”.
Lleno de confianza, Rojas enfrentó luego al keniano Philip Waruinge en la pelea que daba el paso a la final. “Le corté la ceja, el pómulo, lo tenía al borde del nocaut. Pero no entiendo por qué los árbitros lo dieron a él vencedor. Querían acomodarlo con el otro finalista, un ruso, que también estaba cortado. Yo estaba en perfectas condiciones, al final el oro fue para el europeo”.
Clemente confiesa que no paró de llorar desde que se bajó del ring, además que sus lágrimas seguían cayendo cuando escuchó el himno de Colombia en la ceremonia de premiación.
“Eran sentimientos encontrados, alegría por subir al podio y frustración porque me había entregado por completo para coronarme campeón olímpico. Pero por otros que le hacen estas vainas a uno me robaron de frente, se me escapó esa oportunidad”.
Días después pasó a la angustia. “Estábamos en la habitación cuando escuchamos disparos, gritos, sirenas de la policía, de ambulancias. Había mucha zozobra, temor. Nos informaban, por los altoparlantes, que no podíamos salir ni asomarnos por la ventana. Luego nos enteramos que se había presentado un ataque terrorista, nosotros estábamos diagonal de donde ocurrieron los hechos, fue algo lamentable”, cuenta Rojas, al recordar ese 5 de septiembre cuando 11 miembros de la delegación israelí y un oficial de policía alemana murieron en la Villa Olímpica y el aeródromo de Fürstenfeldbruck a manos del grupo terrorista palestino Septiembre Negro, en un cruento atentado que conmocionó al mundo.
La magnitud de su medalla
Solo cuando pisó suelo colombiano, Clemente comprendió la grandeza de ganar una medalla olímpica. “Si con un bronce abrí caminos, no quiero imaginar lo que habría sucedido si hubiera regresado con el oro”.
Desde que bajó del avión, en Barranquilla, sintió el fervor de la gente por su logro.
“En carro de bomberos me pasearon por toda la ciudad, me llevaron por los lugares donde peleé de joven. La caravana acabó en el barrio El Bosque, donde me formé. Allí la fiesta fue hasta el amanecer, y más cuando los directivos de Coldeportes me prometieron que iban a construir un gimnasio en este lugar”.
Pero todo, como es tradición en Colombia, se quedó en promesas. “Fueron a tomar medidas. Mi padre, Martín, quien también fue boxeador, tenía dos patios grandes para que lo pudieran construir, pero todo quedó en nada. Ese fue otro golpe duro para mí”.
Sin embargo, se llena de orgullo al saber que con su gesta otros boxeadores se dieron cuenta de que sí era posible alcanzar la gloria.
“Eso fue lo más lindo, poner la primera piedra en el país, un legado. Poner a soñar a otros jóvenes, quienes vieron en el boxeo un camino para salir adelante. Después de mí, Kid Pambelé fue campeón mundial, Fidel Bassa, mi hermano Sugar Baby Rojas y mucho más”.
Rojas, esposo de María Teresa Mora y padre de tres damas: Devis, Wendy Guadalupe y Tatiana, y un varón que lleva su nombre, anhela que llegue otro pugilista para que supere lo que hizo en las justas del 72.
“Sueño con ese momento. De hecho pensé que mi hijo me superaría, pero eligió ser mejor agente de seguridad. Lo que se necesita es más apoyo para que las jóvenes promesas puedan desarrollar todo su talento”.
Y justo por las pocas oportunidades laborales que encontró en Colombia decidió emigrar a Estados Unidos. “Necesitaba billete para darles estudio a mis hijos”. Además que no recibe la pensión que le otorga a un medallista olímpico cuando cumple los 50 años. “Dicen que no me la dan porque devengo sueldo en este país, y pienso que es injusto”, prosigue Clemente, que labora pintando y reformando casas en ese país.
Sus ojos se encharcan cuando habla de Curramba la Bella. “Pronto estaré de vuelta, ya logré darle algo de bienestar a mis seres queridos y lo único que deseo es volver a mi tierrita para hacer un sancocho de bocachico, con arroz de coco y ensalada, y compartirlo con la gente que no se ha olvidado de mí”.
Mientras detiene la mirada en la presea que empacó cuando decidió irse hace 13 años del país, Rojas considera que valió la pena tanto sacrificio.
“Sufrí, pero si volviera a nacer sería de nuevo boxeador, porque pese a las injusticias logré que este deporte fuera visto con otros ojos y que muchos chicos soñaran en grande. Dios sabe hacer bien las cosas”.