“El momento más sublime de mi carrera, el más sublime”, así describió Diego Armando Maradona en su biografía “Yo soy El Diego”, el título del Mundial de México 1986.
Y es que hace 34 años el “10” pasó a la historia por liderar el segundo y último título de Argentina en copas del Mundo, pero también por ser protagonista de una acción que como ese trofeo dorado que besó en el estadio Azteca, reposa en los anaqueles de la selección gaucha: “La Mano de Dios”.
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En ese mismo estadio, el 22 de junio de 1986, Argentina se enfrentaba a Inglaterra por los cuartos de final en un encuentro que llegó a alcanzar una connotación política por la Guerra de las Malvinas, librada cuatro años atrás.
“Era como ganarle a un país, más que a un equipo de fútbol”, comentó Maradona en la publicación.
Agregó que “si bien nosotros decíamos antes del partido que el fútbol no tenía nada que ver con esa guerra, sabíamos que a muchos argentinos los habían matado allá como pajaritos. Y esto era una revancha”.
En la cancha, “El Diego” siempre fue el desequilibrante, siempre buscó el arco de Peter Shilton, que le alcanzó a ganar un par de duelos por estatura (era 20 cm más alto que Maradona) pero no por talento.
Consciente o inconsciente de esa limitación física, fue como anotó el primero de los dos goles más emblemáticos de la historia del fútbol.
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Tras un primer tiempo 0-0, en el inicio de la segunda parte, “Vasco” Olatichoechea le entregó un pase a Maradona, quien dribló a los ingleses Hoddle y Reid para conectar con Jorge Valdano.
Valdano no pudo controlar el balón, Hodge se lo quitó y lo devolvió en dirección a su arquero. Ahí sucedió lo impensado.
Antes de que Shilton hiciera contacto con la esférica, Maradona se interpuso en la acción saltando con la mano izquierda levantada, la misma en la que portaba la cinta de capitán, empujó el balón al fondo de la red. Fue al minuto 55 cuando llegó “La Mano de Dios”.