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Yeiler Andrés Góez, desde niño, ha tenido que sortear tantas dificultades que a sus 21 años ya se muestra como un hombre maduro y claro en lo que quiere para su vida y la de su familia.
La última prueba que enfrentó fue hace seis meses cuando no apareció en la lista de 27 jugadores elegidos por el técnico Juan Carlos Osorio en Atlético Nacional, luego de haber superado una lesión (rotura del talón de Aquiles) que le impidió jugar partidos oficiales durante casi año y medio.
La noticia, cuentan sus allegados, lo puso triste, pero con su fortaleza, las oraciones de su mamá, Paola Milena Góez, y las gestiones de sus representantes, logró que lo ubicaran en el Colón de Santa Fe, club argentino en el que realiza una exitosa campaña.
“Desde que llegó ha dejado grata impresión; se tomó un tiempo para ponerse a punto físicamente y cuando el técnico Eduardo Domínguez recurrió a él respondió sobremanera. Es un volante práctico y sencillo que sabe jugar”, dice el periodista Julio Canteros desde el sur del continente.
Ese es el reflejo de la disciplina y entrega que este jugador ha librado muchas batallas. En 2005, su mamá, atemorizada por la violencia, decidió abandonar el pueblo natal, Urrao, en el suroeste de Antioquia. De la mano de Yeiler, de cinco años, y de Gina, la menor en ese entonces, la progenitora emprendió el viaje a Medellín.
No le gusta hablar de ese tema y, como lo hace su hijo en la cancha con los rivales, lo elude con habilidad. Prefiere hablar de cosas positivas, de lo que pasó después, del buen presente y un futuro halagüeño de su muchacho, al que tilda de “humilde y respetuoso”.
En el populoso barrio Santo Domingo Savio, al nororiente de Medellín, la esperaba su hermana que le ayudó a buscar trabajo en casas de familia y así pudo sostener a sus dos hijos. Luego conocería a su esposo actual, con quien tuvo a Camilo y Eveling, los otros dos integrantes de la familia.
Paola Milena, hoy de 40 años, relata que en algunas ocasiones la contrataban como interna y le tocada dejar a sus niños al cuidado de particulares, algo que la angustiaba. Dice que no era fácil verlos llorar cuando se despedía de ellos los fines de semana.
A medida que pasó el tiempo empezó a descubrir en Yeiler Andrés la pasión por el fútbol, pues cuenta que se la pasaba en la cancha. “Yo pensaba, ese pelaíto, todo el día bajo el sol, me va a sacar canas”, rememora la mujer.
El chico comenzó a destacarse hasta que Estudiantil, club que fundó y dirige Jesús “Chucho” Ramírez, lo fichó. Ese fue el comienzo de un cambio radical de esta familia que luego se mudaría al barrio París, de Bello.
Vinieron las convocatorias a seleccionados juveniles de Antioquia y Colombia en los que sobresalió en torneos nacionales (bicampeón), Suramericano de Chile y los Centroamericanos y del Caribe, despertando el interés de Nacional que adquirió la mayor parte de sus derechos deportivos.
Yeiler, además de su técnica, se destaca en la cancha por su liderazgo. Tanto así que el técnico de la Sub-20 del país, Arturo Reyes, le dio la franja de capitán. Fue el único que hizo todos los microciclos con la Selección con miras al Mundial de Polonia, de 2019. Pero cuando restaban tres días para la apertura del certamen, en un partido amistoso frente a México, en Austria, se rompió el tendón de Aquiles.
Destrozado regresó al país, donde empezó la recuperación bajo el abrigo de su familia, de su club y de dirigentes como Chucho Ramírez, a quien no se cansa de agradecer por su respaldo.
Pasó más de un año de tratamiento, siempre con la ilusión de seguir portando la casaca verde y blanca de Nacional, y esa ilusión se le escapó. Pero como dice su mamá, “cuando se cierra una puerta, Dios abre otra” y esta fue en plena pandemia, fuera del país y con grandes resultados.
“Llevo cinco meses aquí en Argentina y me ha servido mucho en lo personal como en lo deportivo porque es un fútbol que te exige demasiado. Cuando llegué no estaba en las condiciones para jugar, aproveché cada minuto que me daban en los partidos y fui mejorando mi estado físico. Y gracias a Dios, al trabajo y a mi esfuerzo me he ido ganando un lugar en el equipo”.
En este momento vive solo en un apartamento y un amigo del equipo lo transporta. Dice que lo hace sentir bien la manera cómo lo tratan los compañeros, “por la confianza cuando me dan el balón; percibo que ellos creen mucho en mí, al igual que el cuerpo técnico. Por eso cuando juego de doble 5 me siento cómodo, sé de mis capacidades”.
En Colón de Santa Fe otros colombianos han dejado una imagen positiva y eso lo sabe Yeiler. Entre ellos, Giovanni Hernández, el “Totono” Fredy Grisales y Gerardo Bedoya.
Cuando habla de su decisión de irse al exterior en un momento tan confuso, dice que era consciente de que no sería fácil, pero necesitaba darse la oportunidad de conocer lugares diferentes y ahora se declara encantado porque está actuando. “Son las ganas de uno salir a hacer bien el trabajo, el amor por esta profesión que Dios me ha regalado”, advierte el mediocampista.
Acostumbrado a las navidades paisas, cuenta que en diciembre pasó todo el tiempo con su compatriota Wilson Morelos “que desde que llegué aquí me ha tratado como a un hijo, aunque fue duro pasar el 31 sin darle un abrazo a mi mamá, a mi novia, a mi hija, a mi papá, a mis hermanos; Dios sabrá recompensar esos momentos”.
Consolidarse como futbolista profesional y luego dar el salto a Europa, un paso que tuvo cerca de dar en el pasado, es su meta. Por ahora se entrega a tope, en un medio que lo sorprendió por la intensidad de los entrenamientos y partidos, en el que, según él, si no se está bien físicamente nadie se sostiene.
“Mi rendimiento y nivel, siempre con Dios por delante, me pondrán en el lugar que debo estar, en el que merezco, hoy aprovecho la oportunidad aquí en Colón”, apunta Yeiler no sin antes recordar que durante su convalecencia se sentaba con sus papás y esposa a hablar “cosas positivas”. “Yo les decía que volvería mejor, lo sentía así como cuando iba al estadio y me llenaba de felicidad y pasión; me imaginaba adentro y ahora que tengo la opción de estar en un campo de fútbol creo que lo disfruto mucho”.
Del niño que una vez despidió de Urrao, el mismo pueblo donde el ciclista Rigoberto Urán perdió a su padre por causa la violencia, del jovencito que pasaba días enteros en la cancha de arenilla de su barrio, queda poco. Ahora es el papá de Samanta y futbolista profesional, otro colombiano que encontró en el fútbol la ruta a una vida mejor