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El sector cultural siempre es el lugar neutro por excelencia, donde todas las opiniones caben. Por un lado desde el ministerio apoyamos a los artistas profesionales cuya función es mirar la realidad para reflexionar sobre ella de manera crítica, sin importar el acontecer que estén viviendo; pero también hay otra dimensión de la cultura, que es la que corresponde a hacer tejido social, a construir sociedad por las prácticas artísticas. Nuestra obligación como ministerio es permitir que aquellas comunidades que no han podido acceder a las prácticas artísticas puedan hacerlo con sus diferencias. Tenemos que entender que somos una sociedad diversa, pluriétnica y multicultural donde las dinámicas de la cultura son diferentes a lo largo y ancho del territorio. Esto poca gente lo comprende. Tenemos mucho que aprender entre todos: por ejemplo la comunidad Inga, en Sibundoy, celebra anualmente el Festival del Perdón, una fiesta en la que a través de la danza la comunidad recrea lo que ha pasado en el año inmediatamente anterior, y entre todos se perdonan para construir una mejor sociedad. Hay muchos temas del país que los colombianos no conocen. Tenemos que velar por la permanencia de esos saberes diversos. Cuando alguien es desplazado de su territorio, ¿qué se lleva? A veces no alcanza a llevar ni una maleta, pero sí lleva consigo su cultura. Se lleva su esencia, lo que tiene en la piel, y eso se lo lleva a otros territorios, y luego se dan los intercambios de saberes para aprender las distintas maneras de habitar la cultura, de apropiarla. Eso es precisamente lo que ocurre en una biblioteca: se intercambian saberes patrimoniales a través de muchos lenguajes artísticos. Una obra de arte te puede comunicar muchísimas cosas del entorno y de la realidad y te ayuda a reflexionar. Hemos trabajado en espacios como Bojayá, El Salado, La Hormiga: zonas donde explotó una bomba o hubo una masacre y murieron muchos. Ahí, nosotros llegamos y construimos una biblioteca. Las bibliotecas son espacios donde los grupos se reúnen para expresarse en torno a su tragedia. Hablar es una manera de reconciliarse. Siempre recuerdo que en Palenque, una niñita de 18 años dijo que ella no entendía por qué siempre un señor de una fundación reiteraba constantemente que su comunidad era pobre, si no había un pueblo en Colombia más digno y más empoderado de sus procesos culturales que el de ellos. Mejor dicho, que ellos en Palenque tenían carencias económicas, pero que la pobreza era otra cosa. Así es como los colombianos tenemos que comprender la importancia de la cultura. Se suele decir que la cultura es la cereza del pastel; nosotros creemos que en realidad se trata de la harina del pastel .
Este artículo se publicó en el aniversario 104 de EL COLOMBIANO, con Fonseca como director invitado.