¿Cuántos recuerdos de amores, alegrías y tristezas se reactivarán al probar un sapito con jugo de naranja, un sacristán con capuchino o una copa Gabriela?
La historia de la repostería Astor nació con un pequeño salón de té en Junín en el que la reducida élite de Medellín se deleitaba con sabores europeos que, año tras año, fue convirtiéndose en la segunda casa, el punto de encuentro de todos los medellinenses, sin importar su arraigo.
El sueño de Enrique Baer y su esposa Anny Gippert de tener un negocio de repostería con un sello distintivo de técnica y calidad se materializó en 1930 con cinco mesas, diez empleados y un repertorio de alfajores, galletas, moritos, bizcochos, nueces de miel, moritos y el hoy inmortal sapito.
El Astor era un gustico de rico. Es más, como regla tácita hombres y mujeres se ataviaban con los trajes y vestidos más finos y las joyas más caras para caminar por el empedrado de Junín hasta ingresar al pequeño salón.
A principios de los 50 llegaron noticias a la prensa suiza. Desde Medellín, Baer y su esposa Anny convocaban a los mejores técnicos en pastelería suiza para sumarse a la “famosa pastelería en Colombia”. Los que aceptaron ese llamado fueron don Emilio Leber y don Alfredo Suwald, quienes se hicieron socios de la empresa y convirtieron los bizcochos de novia, para día de la Madre y para todo tipo de celebración, en los más apetecidos de la ciudad.
Ahí justamente estuvo la clave que le permitió meterse en el alma, en la historia de la ciudad. Carlos Silva, gerente del Astor, lo sintetiza en una frase: “En el Astor no vendemos productos, sino emociones”.
Para las familias de la ciudad, sin importar su origen, atesorar recuerdos en el Astor se convirtió en un propósito: celebrar unos grados con una copa Gabriela, un nuevo empleo con un bizcocho y el cumpleaños de los niños con sapito y jugo de naranja.
Con la conquista del corazón de las familias paisas, la expansión como empresa fue natural. La instalación de la enorme planta en El Poblado y la presencia, como anfitriones de la ciudad, en los aeropuertos Olaya Herrera y José María Córdova.
Y fue también por esa relación con la gente, que trascendió la relación cliente-negocio, la que le ayudó al Astor a salir fortalecido de la pandemia. El Astor lo conforman hoy 180 colaboradores, 90 de ellos se encargan de elevar cada producto a un nivel casi artístico en la planta. “Esa es nuestra clave: no industrializamos, nos esmeramos sapito a sapito, morito a morito”.
Ese trabajo de filigrana lo han combinado con acertadas decisiones empresariales. Con alianzas como la que tejió con Sancho Paisa logró robustecer su modelo de distribución en el Oriente. Mantener su posición estratégica en la ciudad con los seis locales y su presencia de marca en los aeropuertos.
El crecimiento en plataformas virtuales también ha ido a paso firme, apunta el gerente Silva. Instagram es la ventana que les ayuda a conquistar nuevos públicos y su página tiene un robusto catálogo para compras virtuales.
El Astor ofrece hoy más de 200 referencias y específicamente para esta temporada decembrina tiene 40 referencias para colmar de sabor las celebraciones de las familias, enfocado particularmente en la chocolatería.
Llevar el sabor y la excelencia a otras ciudades es un anhelo latente. Por ahora, el Astor seguirá firme en su propósito de convertir su dulzura en una fiesta de recuerdos