En la vera de la Troncal de Occidente, después de la entrada a Cáceres, está el corregimiento Jardín de Tamaná, un pueblo con una actividad comercial vibrante. En una de sus vías se levanta una construcción de paredes grises, un árbol gigantesco en el patio frontal y un mural de abejas, miel y recolectores. Es la sede de la Corporación Jardín Apícola, que reúne a 53 familias apicultoras de tres asociaciones.
Una de ellas es la Asociación Marlengo Apicultores, representada por Blanca Nubia Muñoz Barragán. Ella comenzó en esta actividad cuando un instructor del SENA convocó a la comunidad a un curso relacionado con el tema. “Nosotros ni sabíamos cómo iba el agua al molino”, recuerda Blanca. Sin embargo, se animaron a entrar.
A mitad del curso, el Ministerio de Agricultura lanzó una convocatoria nacional para campesinos. Con el instructor diseñaron un proyecto para impulsar la apicultura. Once personas se inscribieron y recibieron un capital de 48 millones de pesos para empezar. Así nació Asomarapi, con Blanca elegida como representante legal.
Su casa se convirtió en centro de operaciones. Entre todos reunieron recursos propios y comenzaron a cubrir necesidades básicas. Lo primero era la tierra, y ya la tenían: la hacienda Marlengo, un amplio terreno convertido en cultivo y barrio comunitario después de que su dueño permitiera a los campesinos sembrar pancoger sin condiciones.
Con todo en regla, georreferenciación, trámites y contabilidad, llevaron el proyecto con responsabilidad. Obtuvieron una contrapartida que los impulsó con 10 millones más y, cuando terminó el apoyo, “quedamos con la apicultura”, cuenta Blanca.
Con el tiempo se profesionalizaron. Ganaron un proyecto con EPM y otro con la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia. Además, la Cámara les ha brindado visibilidad, capacitación y acceso a ferias y eventos.
Recientemente, gracias a un proyecto con Philip Morris International, consolidaron la Corporación que agrupa a las tres asociaciones.
Desde distintos puntos de Cáceres, los campesinos salen hacia sus apiarios. Llegan, se ponen el overol, toman el ahumador y el machete. Observan el cielo, comprueban la temperatura ideal para las abejas y aprenden a leer su comportamiento: si necesitan otra colmena, si ya se puede cosechar o si algo está fuera de lo habitual.
Tras la cosecha, la miel llega a la sede, donde cuentan con la maquinaria para procesarla. La Corporación comercializa toda la producción y abastece a grandes empresas de Bogotá y Medellín, como Alpina y Nutresa.
Hoy, el Bajo Cauca mantiene a Antioquia como el primer productor de miel del país, con 485 toneladas anuales y, según Blanca, el municipio que más aporta es Cáceres.
En las tres asociaciones hay jóvenes apicultores, y la esperanza es que la nueva generación continúe. El objetivo de la Corporación es clasificar y posicionar la miel de Jardín de Tamaná gracias a su sabor diferencial: “una miel que no se da en todas partes; que tú la pruebas y te da el picosito”, afirma.
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