Usted que sabe leer y escribir, vaya y ayúdenos. Esas fueron las palabras de Fernando Mazo a su hija Natalia Gil, cuando la invitó a una de las reuniones de la Asociación Gremial de Paneleros de Campamento, en la que participan cerca de 35 paneleros del municipio y que se fundó en 1993.
En Campamento, todos los martes, la niebla se mueve entre los cañaduzales y los trabajadores que cortan la caña para que las mulas la recojan y la lleven hasta los trapiches. Los viernes empieza la molienda, el jugo va a unas ollas y el fogón se enciende con el bagazo. Los domingos, el parque se llena de kilos y kilos de panela, provenientes de los 290 trapiches y las cerca de 3.400 hectáreas de caña de azúcar que hay en el pueblo.
Natalia dice que, si bien la Asociación permitió el apoyo y acompañamiento entre paneleros en casos de calamidades, el sector todavía lucha contra la informalidad. Para cortar la caña, molerla y cocinarla se necesitan entre siete y diez trabajadores, o más, de los cuales la Federación Nacional de Productores de Panela estima que el 86 % son informales. A esto se suma lo que Natalia llama la desesperanza aprendida de muchos campesinos respecto a su situación laboral. “Es común que les digan a sus hijos ‘mijo, estudie para que no sufra como yo’,” relata.
Cuando Natalia estudió Administración de Empresas en la Universidad de Antioquia, recibió una educación que la incitaba a migrar y aportar a la ciudad. No obstante, al participar en esos encuentros con su papá, ver el empeño de los asociados y las dificultades de los campesinos que, como su padre, no sabían encender un computador, concluyó: “lo mínimo que puedo hacer es aplicar mis conocimientos en mi territorio”.
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