Para amar la naturaleza, los animales y las plantas, no se necesita ir a la selva ni a los miles de bosques que tiene Colombia. Basta un pequeño espacio donde haya árboles, patos y gallinas, para allí sembrar la semilla del respeto por el medio ambiente.
Así lo están haciendo en el barrio Florencia varios muchachos que decidieron recuperar un espacio verde que por años ha existido en el sector y que en vez de dar bienestar generaba problemas, pues últimamente era refugio de viciosos.
En un lote de menos de 200 metros donde había maleza y huecos, Marcos Uribe, Jorge Cano y Saúl Múnera se idearon el montaje de una mini-granja con la intención de convertir el sitio en un espacio para que los niños empezaran a desarrollar sentido de amor por la naturaleza.
Y para que todo no se quedara en sueños, un día madrugaron decididos a construir el escenario que rondaba en sus cabezas.
"Primero, hicimos un pozo para los patos, luego los corrales para las gallinas y así lo fuimos montando", explica Jorge Múnera.
¡Claro!, no lo hicieron solos. Les llevó días y hasta semanas convencer a los vecinos de lo mágico que sería el lugar y de todo lo que iba a aportar a la comunidad tener un espacio así, donde los niños interactuaran con animales y respiraran aire puro.
Dicen que allí se pensaba construir un parqueadero, lo que habría sido un adefesio en semejante lugar, donde se ven árboles de más de veinte metros de altura.
Como no había muchos recursos, tardaron varias semanas en tener todo adecuado. Y los animales fueron llegando: "un vecino traía conejos, el otro pájaros, llegaban niños con pollitos" y así se llenó el parque de animales.
De eso hace cuatro meses y ya hay incluso chivos.
"Con esto ganó la comunidad. De la Alcaldía vinieron a ver por control y quedaron fascinados con la recuperación que hicimos del lugar", apunta Marcos Uribe.
El más feliz con el sitio es Emel Cossio, que no deja de llevar allí a sus hijos y nietos. Lo demuestra con Sofía, que con dos años, primero suelta el tetero que un conejo bebé del cual está encariñada.
"La vida de la comunidad ha cambiado con esta granja", señala.
Piden apoyo para terminarla, pues faltan senderos, sillas y quién les suministre alimento constante a los animales, pues sostenerlos es costoso, aunque toda la comunidad aporta para ello.
El lugar ya hace parte del patrimonio de Florencia. Y lo llaman la Granja de la 118, porque está ubicado en la carrera 70 con esa calle. Un lugar que antes generaba miedo, ahora da solaz, emana vida...
Algunos que lo rechazaban, ya vienen a disfrutarlo. Por acá traen a los niños de todas las guarderías y les enseñan el amor por la naturaleza, yo mismo fui a cada una a invitarlos
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