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¿ADÓNDE IRÉ?

  • P. HERNANDO URIBE C., OCD | P. HERNANDO URIBE C., OCD
    P. HERNANDO URIBE C., OCD | P. HERNANDO URIBE C., OCD
26 de julio de 2012
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Puedo pasarme la vida preguntándome adónde iré. Cuanto más me lo pregunto, más apremiante se me vuelve la pregunta.

El dinamismo de la vida es pasmoso. No acierto a saber quién soy, de dónde vengo, qué camino recorro, adónde me encamino. Sólo tengo claro que “nadie se baña dos veces en el mismo río” (Heráclito). En cada instante soy otro siendo el mismo.

Hace más de veinticinco siglos, un hombre de mirada penetrante, se susurraba en secreto: “Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares” (Salmo 138).

Este hombre sabía orar, Dios le resultaba del todo familiar. Un Dios sin tiempo y sin memoria, presente en cada latido del corazón, no como parte suya, sino como el que teje amorosamente cada célula de su ser.

Dios le era tan familiar que lo llenaba de contento y deleite. Dios presente en su vida: en sus ojos, en sus oídos, en su olfato, en su gusto y en su tacto con una transparencia inespacial e intemporal, como si nadara en un mar de horizonte infinito.

La delicia de repetir en silencio: “todas mis sendas te son familiares”. Las sendas recorridas y por recorrer. Senda es el camino que hacen mis pies al andar. Camino de novedad continua, del todo familiar para Él.

Familiar es lo que pertenece a la familia, a las personas que viven juntas. Familiar me es también lo que tengo por muy sabido, aquello en que soy experto; lo que me es natural, sencillo, normal, corriente, entrañable, y por lo cual me siento feliz.

Al repetir “todas mis sendas te son familiares”, me envuelve en una atmósfera de calor humano, de transparencia afectiva. Eso son mis sendas para Dios, en quien hasta la misma cercanía sobra, pues Él es, gozo de los gozos, mi yo, mi más íntimo yo.

El sentido familiar determina la condición del orante. “¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro”.

Es embriagador que mi Creador me cubra con su mano vistiéndome de su ternura divina de la cabeza a los pies.

Admiro al hombre que le dice a Dios: “ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día”.

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