Pocas veces se había visto una campaña electoral tan agresiva como la que hoy transcurre en Antioquia.
Quizá solo comparable a las que vivió el país en los años 40 y 50 del siglo pasado en plena época de la violencia partidista. Sin pretender que esta contienda política sea un juego floral de palabras almibaradas, sí preocupa el hecho de que se hayan desempolvado en tan enconada lucha, toda clase de archivos para montar expedientes, acomodándolos a los objetivos y apetencias personales de los candidatos en conflicto.
Esta ha sido una campaña en donde la difamación, las conjeturas, las insinuaciones de mala leche no han escaseado. Ha habido más injurias que tesis. Más imaginación morbosa que fricción de ideas. Más suposiciones malévolas que planteamientos concretos. Es decir, más pasión que cerebro. La guerra verbal se ha animado a través de sindicaciones de toda índole que con altavoces se han pregonado en algunas comunas que soliviantadas, impiden el acceso de candidatos, colocándoles así mordazas que atentan contra la libertad de circulación y de expresión.
Ya la política no es una civilizada controversia. Es una agria batalla jurídica. De las urnas se brinca a los despachos judiciales. Aquí sí que se comprueba aquello de que la política se ha judicializado y la justicia, politizado.
No hay día en esta emulación, que de democrática va teniendo poco contenido, en que no se sorprenda la comunidad con refritos de actos ya juzgados o aclarados en su debido momento. Los protagonistas de los zafarranchos y su coro de anillos humanos protectores, se convierten en jueces de una moral tan maniquea como a veces sesgada. La sensatez se pierde aceleradamente.
Posiblemente la abundancia de encuestas está contribuyendo a soliviantar los ánimos pasionales del debate. Son sondeos contradictorios, cuando no excluyentes. Quien aparece un día liderando la intención de voto, se asoma en otra muestra estadística rezagado.
Esa multiplicidad anarquizada de exploraciones invita a los candidatos y sus séquitos a recurrir a toda clase de argumentos para explicar los altibajos que se fotografían en esa danza de encuestas, las que no se saben a ciencia cierta, cuáles se hacen con todo el rigor científico y tecnológico y cuáles se elaboran sin severidad académica.
Atónitas, las gentes de bien intuyen, en medio del zafarrancho electoral, que no vamos para ninguna parte. Y más aun, gentes que no se sienten convocadas en medio de esta controversia delirante. Es como si todo el andamiaje electoral se viniera abajo y se hubiera perdido el buen juicio, en la dura polémica, vacía de propósitos. Lo peor de toda esta situación deplorable es que difícilmente se restañarán tantas heridas, una vez terminado el proceso electoral. La comunidad queda dividida, cuando no es que la pugna clasista queda protocolizada por la beligerancia y lo malintencionados de los mensajes. Son tantos los rencores que quedan vigentes que el revanchismo podría hacer estragos en el comportamiento del ciudadano. Hay cuentas de cobro que se quedan impagables por buen tiempo.
Esta agria disputa puede tener consecuencias amargas en las futuras e inmediatas marchas de la administración pública regional y local. Podría deteriorar las buenas relaciones que hoy rigen entre gobierno, sector privado y universidad en la búsqueda y logro del bienestar de la población -esencialmente las más deprimidas e insatisfechas- a través de programas de emprendimientos, ciencias, innovaciones, competitividades. Prospectos que han sido positivos en esta unión tripartita de Estado, empresarios y docencia.
¿Cuándo será que en nuestro medio político, las luchas sean disputas ideológicas por un modelo mejor de sociedad y no una rebatiña a base de zarpazos por el predominio del presupuesto y de contratos?
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