"El Presidente descarta cambios en las relaciones entre Estados Unidos y Colombia". Decía un titular de El Tiempo este lunes. Aludía a una intervención del presidente Uribe en Ciudad de México y me quedé pensando en la expresión. La certeza del título sólo podría significar que el mandatario colombiano no haría variaciones en la política hacia el país del norte, porque uno apenas puede hablar con tanta seguridad de decisiones que le corresponde tomar. Pero no, el contenido de la nota se refería a lo que sería la orientación de la política de Obama hacia Colombia.
Eso es lo que se llama pensar con el deseo. Una actitud que aunque puede traer bastantes frustraciones en la vida particular no es tan grave como lo es en la vida pública, donde se juega la suerte de millones de seres humanos. Lo mejor sería que el Presidente y el gobierno aceptaran de una vez por todas que habrá cambios importantes con el impresionante ascenso de los demócratas en Estados Unidos.
Para empezar, la agenda de derechos humanos tomará un gran protagonismo en la nueva administración americana. En los años de gobierno del presidente Bush fue la agenda antiterrorista la que adquirió una enorme preponderancia. En la doctrina de la guerra preventiva que se puso en práctica, los derechos humanos y la soberanía nacional estaban claramente subordinados a los resultados en la persecución del terrorismo. Se gestó así una perfecta concordancia entre el gobierno de Bogotá y el de Washington, aquí y allá lo más importante era golpear a las organizaciones subversivas así esto tuviera daños humanitarios colaterales.
En el Plan Colombia también se presentarán variaciones. Las razones del cambio están incluso más allá del cambio de gobierno. La aguda crisis económica de los Estados Unidos obliga a una disminución de la ayuda militar. Pero lo más seguro es que los demócratas insistirán en reformar la destinación de los recursos poniendo más énfasis en las acciones sociales. También es probable que el nuevo gobierno americano empiece a preguntarse en serio por la eficacia de la estrategia de persecución a las drogas de los Estados Unidos.
El Estado colombiano tuvo la astucia de juntar la agenda antidroga y la agenda antifarc y vender la idea que era una y la misma cosa. Así consiguió una ayuda de cerca de setecientos millones de dólares por año desde el 2000 para superar estos dos fenómenos. Pues resulta que la agenda antifarc, que le interesa al gobierno colombiano, ha progresado considerablemente, pero seguimos enviando a Estados Unidos el mismo volumen de cocaína, lo cual indica que la lucha antidroga, que es lo que le interesa a los americanos, está estancada. Esto debe tener muy preocupados a los círculos de Washington.
Aún se escucha a los altos funcionarios del gobierno proclamar la ilusión de que el TLC tiene algún chance de ser aprobado en estos últimos días de la administración Bush. Es prácticamente imposible que esto ocurra. Pero lo más grave es que no se tiene un plan para responder a los condicionamientos que han impuesto los demócratas para aprobar el Tratado. Una medida audaz sería, por ejemplo, proponerles a las centrales obreras un pacto de garantías sindicales y de reformas a la legislación laboral a cambio de que fueran a Estados Unidos a convencer a las fuerzas sindicales y políticas de los demócratas de mirar de nuevo el TLC y buscar su aprobación.
Igualmente se presentarán cambios en las relaciones con el conjunto de los gobiernos suramericanos. Bush había tomado al gobierno colombiano como su aliado en la región y había desdeñado unas relaciones armoniosas con los diversos gobiernos de izquierda de la zona. Ahora seremos un país más. Obama intentará normalizar relaciones con todos los gobiernos y seguramente le pondrá especial atención a un país como Brasil, que es una potencia emergente y anda jalonando la integración regional. A nosotros nos tocará mirar con apremio la integración con los vecinos.
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