El colapso de la Unión Soviética en 1989 fue sucedido por la hegemonía indiscutida de los Estados Unidos. Entonces se dijo que habíamos llegado al "Fin de la Historia" como consecuencia del triunfo irreversible del capitalismo y la democracia liberales. Los conflictos que han plagado el paso del Hombre sobre la Tierra habrían desaparecido para siempre. En su dimensión ideológica por sustracción de materia, y en la económica como consecuencia del auge arrollador de los Estados Unidos.
No ha ocurrido así. La economía de mercado predomina en casi todas partes, salvo marginales (y ruidosas) disidencias, aunque asumiendo novedosas configuraciones, tales como el capitalismo de Estado en China, que ahora, ante la desesperación originada por la crisis financiera global, parece trasladarse a otros países. El inminente rescate del sector automotriz de los Estados Unidos es una herejía que nadie se habría atrevido a pronosticar.
A su vez, en países en los que vive una porción elevada de la población mundial, la democracia no es concebida como un sistema de limitación del poder y renovación periódica del mismo en elecciones abiertas, plurales y competitivas. Por el contrario, consiste en su ejercicio irrestricto por gobernantes que se autocalifican de democráticos en atención al respaldo, supuesto o real, que reciben de sus pueblos. Entre la democracia representativa y la refrendataria, o, si prefieren, entre los sistemas políticos, digamos, de Francia y Egipto, hay un abismo.
En último lugar, mientras entre 1820 y 1998 el ingreso per cápita de los habitantes de los Estados Unidos se multiplicó por 22, el del resto del mundo lo hizo por 9. Pero hacia adelante no se discute si el predominio económico de los Estados Unidos se mantendrá, sino cuándo serán superados por China, lo cual debería ocurrir a la vuelta de pocos años.
Este conjunto de razones ha permitido a muchos países grados de libertad en la arena internacional que no fueron frecuentes en el breve período de predominio absoluto de los Estados Unidos. Por ejemplo, los ejercicios navales que el buque insignia de la Armada rusa realiza por estos días en aguas del Caribe son la directa consecuencia del enriquecimiento de Rusia como proveedor de energía, y de su fortalecimiento político consecuencial bajo el liderazgo de Putin. Son, además, una réplica a las acciones adelantadas por los Estados Unidos para debilitar su poder en la región del Cáucaso. El mensaje implícito es claro: "si ustedes tienen derecho a meterse en nuestra esfera natural de influencia, igualmente estamos autorizados a hacerlo en su patio trasero".
Desde los albores de la independencia Colombia ha tenido sólidas relaciones con los Estados Unidos, sólo enturbiadas, a comienzos del siglo XX, por su apoyo a la independencia de Panamá, y a finales por la áspera confrontación con el Presidente Samper. No dudo de la bondad de esta alianza. Compartimos valores políticos esenciales, somos vecinos y nuestras economías son complementarias.
Sin embargo, en aspectos sustanciales las relaciones con Estados Unidos son de subordinación como las de un hijo frente a sus padres. Nuestro acceso preferencial a sus mercados deriva de decisiones unilaterales y puede ser revocado en cualquier momento si nos manejamos "mal". Justamente para superar este esquema se negoció el Tratado de Comercio, del cual se derivan obligaciones pero, también, derechos. El "Plan Colombia" me mortifica todavía más. Es un mecanismo de "ayuda" para resolver un problema que se supone nuestro, cuando, en realidad, es común, lo cual nos fuerza a persistir en una estrategia ineficaz, la fumigación, como lo demuestran numerosos estudios.
El cambio de gobierno en los Estados Unidos genera una ocasión propicia para abordar estos temas de manera diferente. Es decir, como si unos y otros fuéramos personas adultas.
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