El libre ejercicio del periodismo está bajo amenaza. Ni los periodistas ni sus fuentes de información tienen hoy asegurado el privilegio de morir de viejos como William Mark Felt. Este personaje era el número dos de la CIA y como “garganta profunda” fue clave para que Carl Bernstein y Bob Woodward, del diario The Washington Post, revelaran el escándalo del Watergate que hace 40 años precipitó la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos.
La protección legal de la libertad de prensa data de 1766. Pero ni la antiquísima norma sueca ni los modernos desarrollos normativos, impidieron que en 2013 murieran 77 periodistas en desarrollo de sus actividades, ni que seis más perdieran la vida entre enero-mayo de 2014. En ese mismo período, más de 366 fueron encarcelados y pasaron de largo los 500 que se refugiaron en el extranjero.
Quienes se quedan, tienen otras forma de muerte lenta: el acoso con demandas, el cierre de sus empresas de comunicación, la asfixia de la pauta comercial, la censura oficial, la compra de medios por el aparato estatal, las amenazas directas y un largo prontuario al que acuden desde los gobiernos inspirado en dictaduras, hasta las mafias de la corrupción y el crimen organizado.
Ante semejante escenario surgen preguntas:
1. ¿Qué tan fuerte es hoy el periodismo de investigación a nivel internacional, y particularmente en América Latina, frente a poderes como el Ejecutivo y todo el aparato estatal?
2. ¿Hay en América Latina la suficiente libertad de prensa e independencia para que los periodistas investiguen? ¿Sigue vigente la Prensa como un cuarto poder en nuestras sociedades?
3. ¿Cuáles son los retos que afronta el periodismo de investigación, no solo a nivel de los medios, sino de los periodistas mismos?
Cuatro expertos nos dan sus opiniones al respecto: Claudio Paolillo, Alberto Donadio, Nora Sanín Posada, directora Ejecutiva de Andiarios y Jorge Iván Bonilla Vélez.