Paciente lector, lo invito a hacer un corto ejercicio antes de seguir leyendo esta columna. Cierre los ojos y piense en el personaje que le gustaría emular en vida; mejor dicho, en ese modelo a seguir según el cual, usted se comporta como lo hace día a día.
Gracias.
Es muy probable que sea alguien del que tiene una imagen positiva y, aunque con menos seguridad, posiblemente la persona en que pensó represente una imagen socialmente positiva. Este “ejemplo a seguir” también determina la imagen personal que tenemos de nosotros mismos. Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si nuestro personaje para emular fuera un bandido?
Peor aún ¿qué pasaría si nuestras oportunidades reales para alcanzar (o superar) el estatus social y alivio económico de nuestro personaje fueran nulas? Los incentivos para buscar canales “alternativos” serían enormes.
Así, muchas de las “desviaciones” de jóvenes en las sociedades modernas se podrían explicar desde la brecha que existe entre las expectativas creadas por sus aspiraciones de estatus y riqueza, y las realidades determinadas por pocas oportunidades -legales y socialmente beneficiosas- para alcanzar estos escenarios.
Tenemos entonces dos opciones para construir esa imagen personal tan importante: emular a alguna figura, por lejana que sea, en la que nos queramos convertir; o buscar la tutoría de un mentor que nos separe el bien del mal; el camino correcto, del errado. En la primera, buscamos quién ha hecho qué y cómo lo ha hecho para seguir ese mismo camino. En el segundo, contamos con un mentor que inculca valores, comparte experiencia, y aconseja decisiones.
Ahora bien ¿cuáles son los modelos a seguir y mentores más comunes en Colombia…?
Esto no es un asunto menor. Las políticas de educación, juventud e incluso de seguridad bien podrían sacar lecciones de la disposición de las personas a emular figuras representativas, y buscar mentores que determinen en muchos niveles sus comportamientos familiares, profesionales y ciudadanos.
¿Qué podemos hacer entonces? Primero, estimular modelos a seguir socialmente positivos y pragmáticamente alcanzables. Es decir, que generen externalidades deseables para la sociedad, pero que sean realistas para las personas que buscan emularlos.
Segundo, expandir oportunidades de desarrollo personal por vías convencionales, legales y socialmente beneficiosas. En otras palabras, crear los espacios para alcanzar los objetivos de esa imagen personal, conseguir el estatus social y la riqueza material que estas personas buscan.
Tercero, idear intervenciones públicas que ataquen desde dos frentes. Por un lado, presenten modelos a seguir positivos, y por otro, lleven una lógica de tutoría en cabeza de mentores a la población juvenil en riesgo.