Alberto Acosta era una de las pocas personas en su país por las que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, metía las manos al fuego. Bueno, tal vez todavía lo haga, pero ahora con guantes de herrero.
Tras la renuncia de Acosta a su cargo como presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, instalada en la ciudad de Montecristi, las diferencias entre el mandatario de los ecuatorianos y el ariete constitucional quedaron más que en evidencia.
A falta de un mes del plazo dado a la Asamblea para culminar la redacción total de la nueva Carta Magna, el disenso sobre los tiempos de entrega esgrimió el interés del Ejecutivo en privilegiar el cálculo político al debate exhaustivo e incluyente de la corporación.
Lo anterior se sustenta en que el presidente Correa y su bancada política dentro la Constituyente no ven con buenos ojos la ampliación del plazo de entrega de la nueva Carta (lo que pedía y justificaba Acosta), ya que daría más tiempo a la oposición para hacer campaña por el "No" en el referendo aprobatorio de la misma, en septiembre próximo.
Sin embargo, para Acosta, el constituyente elegido con la más alta votación en Ecuador, la democracia no tiene tiempos. Su postura de "no sacrificar el debate por la premura del plazo" fue la que no caló en el Palacio de Carondelet, ya que Correa "como ve que está cayendo en las encuestas quiere tener rápido la Constitución para ir rápido al referendo y de manera ilegal utilizar su tiempo de Presidente para promover el 'Sí"', dijo el asambleísta de minoría, Pablo Paredes.
La renuncia de Acosta, aceptada ayer por la mayoría de sus ex compañeros, desató la ira de muchos opositores, que sostienen que no pueden dejar que siga la intromisión gubernamental en el trabajo del organismo.
Correa sigue teniendo la mayoría en Montecristi, pero su alfil y amigo ya no le marchará a su antojo.
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