Se alborotó ayer el ambiente político, marcado, como ha sido tradición colombiana, por la activa participación de los expresidentes.
El exmandatario Andrés Pastrana lanzó un nuevo libro de memorias, llamado, precisamente, Memorias olvidadas. En 2005, Pastrana había puesto en el mercado otro libro de memorias, La palabra bajo fuego.
Es inevitable que estos recuerdos de las vivencias presidenciales generen reacciones adversas, principalmente porque esos libros están hechos -legítimamente, nadie les niega ese derecho- para mejorar su propia imagen ante la opinión pública.
En este último, según declaró a los medios ayer, el propio Pastrana Arango, se cargan responsabilidades en el entonces presidente César Gaviria (1990-1994), y en el en ese momento ministro de Defensa -y hoy ministro de Trabajo- Rafael Pardo. Los acusa de urdir el ocultamiento de una información explosiva: la prueba de audio de la infiltración de dineros del narcotráfico en la campaña presidencial de 1994.
Tanto el expresidente Gaviria como el ministro Pardo dicen que Pastrana falta a la verdad. Más directo Gaviria, le dice “mentiroso”. Y no se priva de deslizar la posibilidad de que también la campaña de Andrés Pastrana hubiese sido permeada por esos dineros: “no estoy seguro de si algún día no aparezcan las pruebas que vinculen la campaña de Andrés Pastrana con el cartel de Cali como lo mencionan las grabaciones”, dice Gaviria.
¿Quién tiene la razón? Pastrana acompaña su libro de algunos documentos. No tenemos la impresión de que su objetivo sea mentir, ni desviar la verdad. Pero en las acusaciones de los tristemente célebres “narcocasetes”, es la palabra de uno contra la de los otros.
De la sinceridad de los líderes políticos depende en buena parte la calidad democrática de un Estado que se reclame a sí mismo como legítimo.
La franqueza del estadista para comunicarse con sus simpatizantes, con sus gobernados y con sus opositores, se ha vuelto un bien tan escaso y tan preciado que quien haga gala de esa virtud tiene asegurado su lugar en la historia.
En el caso puntual, el repaso de la historia contemporánea colombiana arroja el triste resultado de una ausencia de verdad por donde quiera que se mire. Con un agravante adicional, más crudo aquí que en muchos otros países de nuestro entorno: la verdad histórica en Colombia se funde entre la actividad política y la investigación judicial.
La política ha estado tan permeada por la criminalidad (narcopolítica, parapolítica, farcpolítica) que, aparte de historiadores y periodistas, se ha requerido de fiscales y jueces de instrucción criminal para la reconstrucción de nuestro pasado.
De estos casos, uno de los más paradigmáticos fue el de la financiación ilegal de una de las campañas presidenciales en 1994, que dio origen al llamado proceso 8.000. Ahora revive, como lo hacen todos los escándalos que se entierran a la fuerza. De eso hará, el año entrante, dos décadas.
Ya el principal protagonista, Ernesto Samper, escribió en el año 2000 sus propias memorias, Aquí estoy y aquí me quedo, con su particular versión de los hechos.
No es un misterio para nadie que todas estas memorias selectivas tienen objetivos políticos. La cuestión es que la ciudadanía sepa diferenciar entre esas movidas políticas, y la búsqueda de una necesaria verdad histórica, fidedigna y ajustada a los hechos.
LAS MEMORIAS DE LOS GOBERNANTES SON MUY ÚTILES. HAY QUE LEERLAS CRÍTICAMENTE
Por ÁLVARO TIRADO MEJÍA
Abogado, doctor en Historia y catedrático universitario.
Es muy valioso que los expresidentes escriban sus memorias, y más en un país donde la historia la han venido escribiendo los bandidos. Para un historiador es muy útil tener estos documentos, que por supuesto hay que analizarlos críticamente. Por lo regular el personaje sobrevalúa sus actuaciones y esconde otras.
Últimamente en Colombia ha habido una distorsión bastante grande. La historia la escribían los aficionados o los estudiosos, con un nivel intelectual. Ahora proliferan las versiones de delincuentes, los presos, de los arrepentidos.
Las memorias de los dirigentes pueden contrarrestar aquellas versiones, que son interesadas, unilaterales, muchas veces malvadas.
Estas polémicas entre expresidentes no son extrañas. Se dan en casi todas partes. Y no es coincidencia que surjan en ciertos momentos, en nuestro caso, en la actual coyuntura política. Ahí también juega el marketing y la vanidad -grande- de los políticos.
Ante versiones contrapuestas, uno debe acudir a otros documentos, y a la sana crítica del testimonio. El problema es que en este caso la justicia no ha dilucidado muchos de estos acontecimientos de nuestra historia contemporánea. Y no es a través -sólo- de estas memorias que se van a esclarecer finalmente.