Lo que más asombra de Tolú es el novedoso sistema de transporte que se han ingeniado sus moradores para conquistar el turismo que, por esta época del año, está en pleno furor: moto-taxi, bici-taxi, carreta-taxi, caballo-taxi y hasta burro-taxi.
Pero más aún que pasen por cualquier lado del malecón con una frecuencia de tres segundos a cualquier hora del día y con la música a todo timbal.
Esas estructuras metálicas rodantes, cuya capacidad oscila entre los dos y los 16 pasajeros y que no han podido ser controlados por la Administración Municipal, le ponen a vibrar a uno el trasero porque justo debajo del asiento han sido instalados los estruendosos “picós”, unos bafles gigantes por los que la música brota agresiva, estridente, sin control alguno.
Y justo allí, entre calor, algo de brisa, el runruneo de las olas que van y vienen, sol y gente a la lata brotando de no se sabe dónde, comenzó la aventura de la Travesía Max-Bosi al Golfo de Morrosquillo.
Por la playa ni se puede transitar. La calle principal que da al malecón es un hervidero de personas que se chocan o permanecen sentadas en cualquier espacio que encuentran libre.
En ese escenario los expedicionarios de la Travesía parecían seres de otro planeta: lycras ajustadas al cuerpo y largas que dan la sensación de estar viviendo un infierno, gorras tratando de apaciguar el intenso sol que castiga sin piedad, gafas de todos los colores y tamaños, y pieles pegotudas por la acción de los antisolares que cubren lo que los uniformes dejan al descubierto.
“Mira cachaco, dame un tambuco”... ¿Tambuco?... Sí, así llaman los pelaítos que deambulan sin camisa y a pie limpio, desafiando las polvorientas calles de Tolú, a las caramañolas o cantimploras que ruedan de mano en mano entre los expedicionarios. “Miiiira, cachaco maluco, dejá de sé codo”, se le oye decir a uno de los descamisados, quien insiste en procura de su tambuco.
Y no es raro que ello suceda porque en esta Travesía cada quien tiene su protagonismo: el del alcalde que aprovechó la tarima de lanzamiento de la carrera no solo para reconocer el apoyo brindado sino para anunciar que el Gobierno Nacional destinará 7.6 millones de pesos para recuperar el espacio de las playas. O la reina del Golfo para decir que se sentía confiada en ganar el cetro del Reinado del Turismo o algo así. O de los organizadores de la primera competencia de aventura al extremo del país, para revalidar su esfuerzo de ocho años en el difícil y complicado montaje de este tipo de carreras non stop (sin descanso).
Una prueba de exigencia física y mental en la que cada cual vive su calvario, esta vez abrazados por una temperatura infernal: la agujita roja del termómetro se mantiene entre 37 y 38. Sube en vez de bajar.
Bajo ese inclemente estado del tiempo y en un poblado de nombre Rincón del Mar, comprensión del municipio de San Onofre, situado a dos horas de Tolú, los aventureros finalmente arrancaron esta expedición que los conducirá a recorrer más de 500 kilómetros por un verdadero fogón, no por el paraíso como señala la promoción de la competencia.
Eso, sin embargo, parece importarles poco. “Mientras más bravo el toro mejor la corrida”, señala Ricardo Vélez, del equipo Saferbo-Medellín, que viene a pelearle a Ríos y Canoas y a Bosi, el título, al hacer referencia a lo duro de las condiciones que tendrán que pasar.
De entrada, uno de los equipos novatos, el de Rejiplast-Medellín, comprobó que aquí no hay tal paraíso. Mientras hacían un recorrido para tratar de reconocer la zona, perdieron el carro asistente. “Estábamos verificando las rutas cerca de la zona, nos estacionamos a la vera del camino y de pronto se nos vino un carro encima y nos chocó”, relata Jorge Roldán, uno de los tres ingenieros que integran el equipo.
La camioneta, propiedad de Pablo González, el capitán del grupo, quedó con el eje trasero destrozado. Inservible. “Nos tocó apretarnos y meter todo en el otro carro”, cuenta Ana Zuluaga, estudiante de Negocios Internacionales del Eafit, quien al lado de Renata Cadavid, completan este equipo. Ahora el vehículo asistente, una Gran Vitara, de propiedad del papá de Pablo, asumió ahora el riesgo de transitar por las vías cargando equipos, bicicletas, morrales, alimentación, botiquín, “material de intendencia” y los dos asistentes.
Nunca olvidarán esa primera experiencia en grupo, así ya hayan corrido dos pruebas hermanitas: las ecorrutas en Antioquia. Ya la importada de los equipos de cuerdas pasó a su pequeña historia particular. La vuelta de hoja les tocó duro con la pérdida del carro. Otros, seguramente, tendrán mejor fortuna... O peor, porque los esperan las brasas de los alrededores del Golfo de Morrosquillo, en tierra firme, esos que no son un paraíso.