Aunque la capacidad de pensar es una de las tantas que nos diferencia de los animales, parece que cada vez estamos haciendo todo lo posible para disminuirla.
La dinámica y la velocidad de los medios audiovisuales muchas veces impiden la reflexión porque un dato atropella al otro llenándonos de información a una velocidad imposible de digerir y de seleccionar, y menos de reflexionar sobre ella.
Los noticieros cuentan tantas cosas en tan poco tiempo que prácticamente no existe la posibilidad de razonar sobre lo que nos están mostrando.
Y la publicidad se ha vuelto experta en ello: "No hay mucho qué pensar", dice. En otras palabras: no piense y compre.
No haga cuentas, no cavile si necesita el producto, no considere si tiene plata (si se endeuda mejor para el sistema, aunque su bolsillo quede escurrido).
¿Se ha detenido a observar cómo actúa un vendedor? Han sido entrenados para llegar a los sentimientos del comprador, nunca para llevarlo a una decisión pensada.
Pocas veces dejan tomar decisiones maduras; no les interesa que el cliente piense mucho, porque la plata se gasta bajo impulsos y emociones.
Por eso la publicidad, las ventas y los comerciantes hablan sin parar y evitan los momentos de silencio.
Tome usted la iniciativa, no se deje llevar por la palabrería. Que la próxima vez sea usted el que compre, no deje que le vendan.
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