La adolescencia es ese maravilloso y terrible período en que hacemos más caso a las hormonas que a las neuronas. Y como los muchachos cada vez tienen más dinero para gastar porque los padres ahora son particularmente dadivosos, los adolescentes se han convertido en el público más lucrativo para las editoriales, las productoras de videojuegos y los estudios de cine. Se hacen libros para ellos, que luego se convertirán en películas o en series o en cereales. Todo lo que se quiere es complacerlos, incluso dándoles en distintos empaques el mismo producto.
Porque esta historia de Divergente ya la habíamos visto antes, mejor contada, mejor ambientada. No hay muchas diferencias entre la Katniss Everdeen de Los juegos del hambre y la Beatrice Prior que protagoniza este relato, salvo que Jennifer Lawrence parece tomarse más a pecho su personaje que Shailene Woodley y por eso lo actuó mejor. Aquí también alguna batalla apocalíptica ha destruido a la humanidad, aunque un grupo de habitantes de Chicago ha sobrevivido, dividiéndose en facciones (en Los juegos del hambre eran distritos en un país) que tienen unas funciones determinadas en la sociedad y un carácter propio. Se supone que una prueba de actitud (no muy distinta a los cuestionarios vocacionales que uno tomaba en el bachillerato) le dirá a los jóvenes cuál es la facción en la que mejor encajan, aunque a veces eso suponga dejar a su familia. Pero algunos jóvenes no dan un resultado claro en los cuestionarios. Se les denomina "divergentes" y se supone que son un peligro para la estabilidad porque no parecen acatar fácilmente las normas… como un adolescente cualquiera.
Es tan obvia la comparación que subyace en la película, que puede resumirse en un par de frases. Algo en el corazón de la protagonista le dice que no debe continuar con la tradición familiar (como la chica que quiere ser chef aunque sus papás sean abogados), se ve obligada a abandonar su hogar (como hacen los jóvenes gringos cuando van a la universidad) y a tratar de ser aceptada por sus iguales (por eso la sede de la facción parece un dormitorio estudiantil). En algún momento descubrirá que sus papás los adoran como son y que alguna vez fueron rebeldes como ella.
Para contarnos eso el director y los guionistas se toman dos larguísimas horas, mucho más entretenidas al comienzo que al final, porque son más apasionantes los entrenamientos de Beatrice que su batalla decisiva. Será esta la única pasión que veamos, pues Divergente se une a Crepúsculo en su mensaje sexual conservador, vendiéndoles a los jóvenes las ventajas de la castidad mientras los tortura con protagonistas perfectos y sensuales en ropa ajustada, que causan suspiros en la audiencia. "Piensa por ti mismo", parece gritarle Divergente a su audiencia, "rebélate contra el sistema". El problema es que si de verdad el público de esta película le hiciera caso al "mensaje" que transmite, no debería comprar las boletas para entrar a verla.
Pico y Placa Medellín
viernes
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