La primera vez que El Pajo hizo un tatuaje fue en la piel de su hermano. Era un sol de dos centímetros y se demoró unas cinco horas. Hubo que ir al hospital, porque en ese entonces no sabía de asepsia. Ni de tatuajes.
Eso le queda como anécdota, porque después de 17 años, del sol de su hermano queda poco. Encima le hizo otro tatuaje, ya profesional, y la historia que cuenta ahora, en nada se le parece.
Es tanto así, que en la Cuarta convención de tatuadores de Bogotá, que se realizó a principios de junio durante tres días, a la que asisten artistas de Miami, México, Las Vegas, Brasil, Venezuela y Colombia, y a la que iba por primera vez, obtuvo el primer puesto en la categoría Sombras, entre unos doce participantes.
Ganó con un vikingo que hizo a mano alzada, en muy poco tiempo y que tiene eso que significa sombras: "en negro y grises y se ve mucho realismo", explica él.
La convención se ha convertido en una cita anual, a la que cada vez asisten más personas. Las boletas, cuenta El Pajo, se acaban a diario antes de las doce, todo el día se están haciendo tatuajes, hay pintura en vivo, y por ejemplo a él, además del premio que le dio más ganas de seguir con más realismo, le sirvió para confirmar que "en Colombia estamos en un muy buen nivel".
Tatuado hasta el alma
Desde el colegio son pocos los que le dicen Juan Pablo Quintero. Es más, si le preguntan cómo se llama, contesta, "Pajo, mucho gusto". Y Pajo Tattoo se llama su local.
Estudió Publicidad, pero hasta ahí. "Nada tiene que ver. Lo del arte es genético. Mi papá era pintor y uno viéndolo toda la vida, eso se le pega".
No se le pegó para el lienzo, pero sí en la piel, y en la cabeza. "Me gustó porque muy poca gente se hacía tatuajes. Es más, no a todo el mundo le quedan bien". También cuenta que el tatuaje para unos es un adorno y para otros coleccionar arte en la piel.
Lo que le parece interesante es que el tatuaje ha evolucionado y ya no solo es Tasmania y Piolín los que se pintan en la piel. Ahora se pueden tener tatuajes, casi de lo que se quiera.
Para El Pajo, al que le encanta hacer retratos y pintar a mano alzada para poder jugar con el cuerpo, que no es plano como parece, y lograr entonces que el tatuaje se vea parte de éste y no algo pegado, "tatuar es como magia. Uno lo plasma y queda para toda la vida. Para mí es arte, que cada quien lleva a su manera. No tienes vuelta atrás".
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