“Es increíble que en Medellín estemos descubriendo el teatro dos mil quinientos años después de que lo fundaran los griegos”, Rodrigo Saldarriaga.
A mediados de los años setenta, una pareja vivía con su hijo en un apartamento en Guayaquil, en Junín con Maturín. Rodrigo, el padre, fundó una compañía independiente de teatro, con dos amigos, Eduardo Cárdenas y Gabriel Moure. Mientras los actores ensayaban, la mamá y el niño salían a cine o a comer moritos en El Astor.
A finales de 1975, la falta de espacio obligó al grupo a buscar una casa. Encontraron una en Villa Hermosa y, para acceder a ella, acordaron una cita con Jaime Sanín Berger. Una vez en su despacho, mientras el anfitrión atendía una llamada, Saldarriaga se dedicó a leer un libro abierto sobre el escritorio: las obras completas de William Shakespeare. A Sanín le gustó que el inmueble se destinara al arte. Por eso, en el Pequeño Teatro dicen que Shakespeare es su codeudor.
El “Pequeño” es hijo del teatro universitario contestatario que surgió en la posguerra europea, con los hippies, el rock y Mayo de 68.
Pero Saldarriaga no quería ser actor sino pintor. Empezó a estudiar en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional. A los diecisiete años conoció a Jairo Aníbal Niño, a su lado decidió ser comunista y ateo. Comenzó en el teatro con la intención de ayudar en escenografías, hasta que un día le pidieron reemplazar a un actor que no llegó a la función…
Vivió en el teatro Camilo Torres. Fue expulsado de la Universidad de Antioquia, a pesar de que nunca fue su alumno. Dirigió el grupo de teatro de la Universidad del Atlántico.
Con el “Pequeño” le dio la vuelta al país. Dormían donde cayera la noche, cambiaban funciones por techo y lecho. Contaron con la compañía de Germán Arciniegas. Navegaron por el río Magdalena, presentaban la obra Tiempo Vidrio a los pescadores, y usaban sus canoas y chinchorros como escenografía. La dicha les llegó hasta Barrancabermeja, donde el Ejército los detuvo.
Durante siete años convivieron con mineros, agricultores, albañiles: “Era la militancia ideológica más allá de la vida: conocer cuál era nuestro pueblo, para quién teníamos que hacer teatro”.
Luego se instalaron en la sede cercana al Teatro Pablo Tobón Uribe, donde se popularizó el controversial “aporte voluntario” del espectador: “pecado” imperdonable para algunos integrantes del gremio teatral.
Una parte importante de la historia del teatro local y de la ciudad está consignada en el libro Tercer timbre, escrito por Rodrigo Saldarriaga.
Actor de la política. Militante del teatro. Hace casi tres meses logró rescatar su curul como representante a la Cámara por Antioquia. Saldarriaga solo se negó a interpretar un papel: aquel que le exigía al protagonista alargar una enfermedad a través de un tratamiento insufrible.
Dedicó su vida al arte y la política: el primero, para representar al mundo; la segunda, para transformarlo. Con Gilberto Martínez, Cristóbal Peláez y José Manuel Freydell, Rodrigo Saldarriaga es una de las figuras tutelares del teatro local. Y nacional.