Afuera de la cocina más de 35 comensales esperan con ansias, y preparados con cubiertos en la mano, la llegada del apetitoso "banquete" que pondrá fin a un ayuno que parece eterno.
Las puertas que separan el comedor del lugar "sagrado" donde se prepara la comida, se agitan con fuerza mientras salen las bandejas con platos llenos con sopa hirviendo de guineo, la entrada del menú de arroz, repollo y pan, ofrecido por María Cecilia López y un grupo de colaboradoras, que todos los días cocinan el almuerzo en la Casa del Pan, en La Ceja.
Los invitados, que llegaron puntuales a las 12:00 del medio día, miran con entusiasmo el contenido de los platos, que ante sus ojos se ve más que suculento. Sin embargo, esperan con paciencia a que llegue el momento de recibir el alimento físico, porque antes deben alimentar el espíritu.
Así, con un entusiasmo y una fe que parecen enormes, todos empiezan a rezar el Ángelus.
"El Ángel del Señor anunció a María. Y concibió por obra del Espíritu Santo", dicen con devoción y en coro los 35, que terminan entonando el Ave María.
Esta es un rutina que se repite todos los días, dice María Cecilia, quien como buena devota comenta que no se puede dejar de agradecer a Dios por los favores recibidos.
Una vez culminan los rezos, comienza la poderosa sinfonía de cubiertos. El entusiasmo se apodera de los comensales, que en pocos minutos terminan de tomarse la sopa.
En la cocina, María y su "equipo" sirven con rapidez la otra parte del menú.
Las puertas vuelven a agitarse, salen los platos y los rostros de quienes esperan en el comedor se iluminan de nuevo.
El valor de servir a otros
Para estos hombres y mujeres, a quienes las necesidades les han enseñado a apreciar lo poco que tienen, la ayuda que reciben en este sitio es más que valiosa.
Todos los alimentos que les dan les parecen muy sabrosos, sobre todo, aseguran, por el amor con que se los preparan y sirven estas bondadosas mujeres, que de manera desinteresada se han dedicado a servirles.
"Para mí es un placer poderles ayudar a estas personas y sé que aunque esta labor no se paga con dinero el Señor la notará", comentó entre risas, María Emilia Valencia, quien lleva dos años como voluntaria en la Casa del Pan.
Por su parte, María Cecilia asegura que su satisfacción es enorme al poderles colaborar a quienes más lo necesitan. Incluso ya los considera parte de su familia.
"Uno que en un tiempo aguantó hambre entiende lo que ellos sufren. Por eso, atenderlos es muy gratificante", concluye.
Ante el amor y el esfuerzo que le imprimen estas mujeres a su labor, no cabe duda de que Dios sabrá recompensarlas.
Un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, que reposa en una de las paredes de la casa, es el principal testigo de la ejemplar tarea de estas voluntarias.
Mientras termina de comerse el almuerzo, Libia Carmona, no para de ofrecerles palabras de agradecimiento.
En los diez meses que lleva yendo al lugar, no hay un solo día, admite la mujer, en el que además de alimento no le hayan dado también amor y ternura.
Ella no tiene quejas, solo elogios salen de su boca.
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