Roberto Sánchez (1945-2010) murió, pero Sandro ha estado vivo y seguirá estándolo por siempre, porque él, Sandro, es la generación misma de unos jóvenes que jamás alcanzan la vejez, al menos que dejen de entonar sus canciones, cosa que no pasará nunca.
El Elvis Presley latinoamericano, el hijo de Vicente y de Irma, ya se había hecho inmortal desde la escuela República de Brasil, donde no hacía números, sino poesía, y su maestra, Norma Eva, fue la primera inspiración musical, pues sus atributos físicos despertaron en Sandro "Esa rosa, rosa, que maravillosa"... que convirtió en un himno para Hispanoamérica.
A Sandro de América le sobraron pulmones y corazón para cantar, pero le hicieron falta al final de su vida, cuando los efectos del cigarrillo subieron al escenario por él y lo condenaron a cantar en el cielo.
Soportó con estoicismo un doble trasplante de órganos, tal como soportó una infancia llena de carencias materiales, pero prolija en afecto y enseñanzas de sus padres, en el humilde barrio de Valentín Alsina, en Lanús, Argentina.
Vivió sus primeros años en un inquilinato y el mismo Sandro recordaba las penurias que tenía que pasar para usar un baño colectivo, que casi siempre estaba lleno, mientras su madre, enferma de una artrosis deformante, lo acosaba para ir a la escuela.
Lo suyo siempre fue la música y una mezcla de suerte y talento lo llevaron hasta lo más alto de la fama, esa cuyo precio tuvo que pagar por adelantado cuando ingresó al Bar de Pancho, un reconocido club nocturno de Buenos Aires donde se daban cita los grandes cantantes, y el dueño dictó sentencia y le dijo: "Toma, hacete grande", y de inmediato le pasó un cigarrillo.
Ahí comenzó su grandeza y su muerte.
Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4