Cuando Fernando Jiménez estaba recluido en la cárcel, lloró de tristeza e impotencia. Al salir de Yarumito también derramó lágrimas, esta vez producto de la alegría y de la emoción que produce sentirse libre.
Terminó con 10 kilos menos de peso después de 16 meses de prisión, pero aprovechó su estadía allí para hacer actividades que antes veía imposibles. Lo que se había propuesto hace 30 años, que no pudo por pasarse en las canchas observando jugadores, Fernando Jiménez lo logró sentado, "por raticos", en un computador al clasificar 147.000 canciones por ritmo, autor e interprete.
"Esa fue una de las cosas buenas que me dejó el paso por las rejas, experiencia que, además, me sirvió para reflexionar, ayudar en el taller de carpintería a empacar los pupitres estudiantiles y para acercarme a Dios, pues en los últimos cuatro meses asistí sin falta al grupo de oración conformado por 13 internos".
Apenas cruzó la última puerta de la cárcel, en Itagüí, el 23 de abril, a las 10:30 de la mañana, "le di gracias a Dios convencido de que había vuelto a nacer, pues me encontré con la ciudad diferente, la unidad deportiva más moderna y un Independiente Medellín con más presente y un buen futuro".
Gracias a la providencia 573 que emitió la Fiscalía el pasado 19 de abril y en la cual comunicó que "el procesado Fernando Jiménez Vásquez no cometió el delito de lavado de activos; en consecuencia se revocará la acusación y se dictará preclusión de la investigación en su contra", este dirigente del DIM se encontró de nuevo con su familia y podrá seguir en lo que lo desvela: la búsqueda de talentos para el fútbol.
Ahora sólo piensa en volver a bañarse de gloria con su medallo, equipo que nunca le cerró las puertas, siempre le dio la mano y continuará siendo su pasión, porque de inmediato lo enganchó para que se pusiera al frente de las divisiones menores y fuera una especie de asesor de los cuerpos técnicos en el tema de jugadores.
Lo hará con la misma visión con la que llegó hace una década al club, con la ilusión que le dio vía libre al proyecto Sueños del Balón y con el orgullo que sintió el año pasado "viendo a mis pupilos dar la vuelta olímpica por la quinta estrella".
Reconoce que "la Biblia me ayudó a no perder la calma y a mantener la esperanza, porque tengo mi conciencia tranquila". Sin embargo, tiene claro que "esos 500 días tan difíciles en un lugar digno, que no por ello dejará de ser prisión, me sirvieron para convencerme que primero está la familia".
Después de sufrir por no poder asistir a la graduación, como ingeniero, de su hijo Andrés Felipe, su nuevo propósito será mermarle horas al fútbol para compartir con su esposa Lina García y sus otros retoños: María Alejandra y Daniel, los mismos que andan felices viendo a su papá en libertad, tranquilo, comiendo en su casa maduritos picados con huevo y una buena porción de pierna de cerdo, alimentos que le encantan.
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