Mucho se habla de innovación, de la necesidad de que las empresas innoven, de innovación social y, también, de la locomotora que nunca arrancó. Y todo es acertado. Colombia está en un punto en el que necesita innovar para mejorar la productividad y transformar el aparato productivo hacia actividades económicas nuevas, de mayor sofisticación, y poder reducir la altísima dependencia que tiene hoy en bienes primarios de bajo valor agregado.
No obstante, el sistema de innovación existente es pequeño -incluso comparado con el de otros países latinoamericanos- y no es capaz de soportar dicha transformación. Varias son las razones detrás del precario desarrollo. Por un lado, pese a que ha habido varios esfuerzos tendientes a crear un verdadero sistema, aún no hay consenso en el gobierno respecto a qué se entiende por innovación ni cuál o cuáles deberían ser las entidades encargadas de la misma. De otro, hace falta un liderazgo claro desde el más alto nivel para estimular la innovación, así como foco para aprovechar mejor los recursos, y una mayor articulación y coordinación entre las entidades del nivel central y entre estas y las entidades regionales.
Otra razón es la poca disponibilidad de capital humano para la generación de conocimiento y el desarrollo de emprendimientos innovadores. La tasa de participación de la educación superior es baja, y en esta, el peso de los técnicos y tecnólogos es reducido. De igual forma, los profesionales graduados en ciencias, matemáticas e ingeniería son la minoría. Mientras que en Colombia la inversión en Investigación y Desarrollo es de 0,2% del PIB, en Chile es de 0,5%, en Brasil de 1,2%, y en los países de la OCDE supera el 2,4%. El país tiene además un gran rezago en solicitud de patentes y en publicaciones científicas indexadas.
Un problema adicional es la poca participación del sector privado en el sistema de innovación, lo cual no deja de ser paradójico, si se tiene en cuenta que el lugar por excelencia donde esta se produce es la empresa. Del total que invierte el país en investigación y desarrollo, la participación del sector privado es de apenas 30%, frente a 65 y 75%, en países de la OCDE, y un poco menos de 50% en Brasil. Claro está que para que se desarrolle la innovación empresarial se requiere que el entorno sea competitivo, condición en la que aún falta mucho trabajo en Colombia.
Muchos países y regiones han logrado avances significativos en el desarrollo científico e innovador que podrían servir de ejemplo para Colombia. Ruta N en Medellín es uno de ellos. No solo su foco es claro, sino que cuenta con una institucionalidad en la cual interactúan de manera coordinada y articulada y, con un objetivo común, las autoridades locales, las empresas públicas y privadas, las universidades, Proantioquia y la Cámara de Comercio.
El objetivo de Medellín, bajo el liderazgo de Ruta N, es convertirse en la ciudad más innovadora de América Latina en 2021. El de Colombia es transitar hacia una economía más moderna, abierta y más competitiva. El camino es el mismo: liderazgo, institucionalidad coordinada y articulada, y foco.
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