A sus 41 años de edad, Joao Da Silva Dos Santos anda tranquilo por esta vida a pesar de tener el original de su acta de defunción.
Tenía 18 años de edad cuando, de manera irreverente y pasado de tragos sufrió un accidente de tránsito que acabó con su nuevo auto y de paso casi con su vida.
La puerta del carro lo atravesó desde el riñón izquierdo hasta el lado del corazón, y el golpe le partió nariz, mandíbula y las costillas.
Cuando llegó a urgencias lo pasaron de inmediato a cirugía y entró en paro cardíaco. Intentaron reanimarlo pero los resultados fueron infructuosos. "No respondí. Me declararon muerto, me taparon y me pusieron en una camilla", recuerda el médico.
Sorpresivamente a los 10 minutos reaccionó y de nuevo corrieron con él a cirugía. En el proceso de operación Joao Afonsinho Da Silva Dos Santos entró en coma.
Durante dos años y medio estuvo en cuidados intensivos conectado a aparatos que lo sostenían con vida.
Padre, te necesito
De esta etapa lo único que recuerda es su entrada a un túnel de luz. Y aunque han pasado 23 años, este recuerdo lo estremece hasta las lágrimas.
"Empecé a caminar y me vi cuando nací, las primeras palabras de mi padre, mis primeros zapatitos... A medida que avanzaba veía a lado y lado los rostros de todas las personas que había conocido hasta ese momento".
En medio de esta experiencia no se percató de que desde que empezó a caminar escuchó en repetidas ocasiones la voz de un niño que llamaba a su padre. "Yo no tenía hijos y no se me ocurrió pensar que fuera conmigo", aclara Joao.
Al llegar al extremo del túnel y cuando su cuerpo había traspasado más del 50 por ciento de la boca, escuchó de nuevo al niño: "Padre, padre, no te vayas. ¡Yo te necesito! En ese instante me di la vuelta porque sentí que era conmigo y cuando menos lo pensé estaba caminando de vuelta".
Fue entonces cuando abrió los ojos y empezó a tomar conciencia de dónde estaba y lo que había pasado.
Cuando pudo hablar con su mamá confirmó que no había sido ella quien le susurraba al oído: "Venga conmigo que usted me necesita y yo lo necesito a usted. Venga conmigo mi hijo querido".
"Comprendí que la virgen Nuestra Señora Aparecida había estado a mi lado en todo momento y que Dios me estaba dando otra oportunidad. Decidí entonces que me dedicaría a ayudar a la gente".
Y así lo ha hecho. Estudió medicina, fisioterapia, quiropraxia y reiki, en su natal Río de Janeiro y en Japón.
Vive agradecido con la vida y siente que tiene un don especial que pone al servicio de la gente, sin distingos sociales. "Ahora mi misión es ayudar a las personas", precisa.
Quienes lo conocen en Medellín, donde está de visita, lo confirman: tiene unas manos sanadoras.
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