¿Qué hay en ese rostro que al final de La cacería mira hacia el horizonte con una expresión demasiado compleja para ser bien descrita? ¿Es miedo lo que vemos?, ¿O desconcierto, cansancio, decepción, odio y angustia, todo mezclado? Lograr expresar eso con un gesto no es algo que pueda hacer un actor cualquiera. Por fortuna, el encargado de exteriorizar tantas emociones unidas es Mads Mikkelsen, tal vez el actor danés más conocido en el mundo (fue villano en una película de Bond y eso siempre ayuda), que ganó con este papel en 2012 el premio al mejor actor en el Festival de Cannes y que saca de su manga todos los recursos actorales disponibles para bordar a Lucas, el personaje central de esta muy buena película.
Lucas es un hombre bueno. Lo sabemos porque el guión lo enfatiza en las escenas iniciales: lo vemos divirtiéndose y disfrutando con sinceridad su trabajo como maestro de un kínder en algún pueblo danés cubierto por la bruma; lo escuchamos discutir con su exesposa porque realmente quiere compartir más tiempo con su hijo Marcus, que lo adora; nos sorprendemos con su timidez cuando intenta conquistar a Nadja, una colega de la escuela que se acerca a él atraída por la mezcla de confianza en sí mismo y honradez que transmite su presencia. Pero los hombres buenos siempre están expuestos a la calumnia, así la fuente de la misma, en este caso, sea totalmente inocente.
Klara, la hija de Theo, el mejor amigo de Lucas, cuenta un día, influenciada por las imágenes pornográficas que le muestra su hermano en un iPad (también sin maldad, como una de esas cosas que haría cualquier adolescente), que ha visto los genitales de Lucas. ¿Por qué lo hizo? Tal vez porque Lucas no aceptó un regalo que ella le había entregado o porque los niños también hacen cosas malas sin querer o simplemente porque la vida no es lógica. Eso es lo de menos. Lo que quiere recordarnos esta fábula, —no se dejen engañar por la luz natural, la escasez de música incidental o el recurso constante de la cámara en mano, esta no es una película que pretenda dar una visión "realista" de la vida— es que si uno mira el mundo en blanco y negro, si uno cree en verdades absolutas como aquella de que "los niños nunca mienten", corre el riesgo de que sean los prejuicios y no la razón la que guíe sus acciones.
La actuación de Mikkelsen es memorable porque consigue que su Lucas no se parezca demasiado a otros "falsos culpables" del cine que ya conocemos. Nunca es la víctima desvalida, pero tampoco es el vengador errante. Thomas Vinterberg le imprime a La cacería, que escribe y dirige, la misma intensidad que lo había hecho famoso con su película de 1998, Celebración, con una historia que funciona como su reverso: si una atrocidad que se esconde, puede generar una vida de mentiras, una mentira en la que todos terminan creyendo, genera crueldades imperdonables. O, como nos lo muestra al final esta película, sospechas que jamás se borran del todo.
Pico y Placa Medellín
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