Diez años atrás, en mis montadas en bicicleta en la parte alta de la carretera Las Palmas, para el grupo de amigos que disfrutábamos la conversación y el paisaje era un privilegio escuchar el cantar exótico de las guacharacas.
Hasta ese momento nunca había tenido la fortuna de observar y de escuchar la música de estas bellísimas aves.
Hace pocos días, en una de mis caminatas en la misma vía, pero cerca al Centro Comercial Sandiego, con sorpresa, vi asomados en una de las barandas de la avenida a un grupo de caminantes que observaban extasiados a estas aves exóticas, y se preguntaban si alguien sabía su nombre.
Entendí que de forma lenta, pero persistente, la ciudad ha avanzado a un sentido de lo ecológico.
Indudablemente, aunque difícil y complejo, hemos visto un atisbo de transformación en las conciencias ambientales de los habitantes de este valle.
Es posible que mucho tenga que ver con esta nueva manera de ver la ciudad el Proyecto Mi Río, que valdría la pena recuperar con renovados bríos; fue esa iniciativa la que empezó a sembrar, no sólo árboles, sino sensibilidades para el cuidado de las quebradas, de los bosques, de las cuencas, del medio ambiente; desde su ejecución empezamos a avanzar a la percepción de una ciudad más arborizada, más ecológica, más verde.
Hoy podemos constatar que no sólo las guacharacas, sino también las ardillas, los loros, las guacamayas y pájaros de enorme variedad, descienden, cada vez más, de las montañas laterales de Valle de Aburrá hacia las ciudades del Área Metropolitana.
No ha sido en vano la siembra de más de 400.000 árboles en la última década.
He tenido la fortuna de estar en dos ocasiones en Belo Horizonte, Brasil, una ciudad que, en tamaño y en muchos aspectos, se me parece a Medellín.
Una de las cosas que allí me ha llamado especial atención, ha sido, precisamente, la exuberante arborización.
Pero me sorprendió de Macaé Evaristo, secretaria de Educación de esa municipalidad, de visita en Medellín hace sólo un mes, que de las gratas impresiones que se llevara de esta capital, además de los parques biblioteca, los nuevos colegios, la Plaza Botero, el metro, la culinaria y, por supuesto, la amabilidad de nuestras gentes, fuera el verde de los espacios públicos, las flores que adornan las vías y parques, y la alta densidad de pájaros dentro del casco urbano.
Pienso que hay ahí una tarea en la que no podemos bajar la guardia. Una tarea para hacer desde las escuelas, la administración municipal, las casas de familia y el sector empresarial: hacer crecer, no sólo la percepción, sino la vivencia real de una ciudad más verde, más bella, más acogedora y más limpia.
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