Si es verdad, como tantos opinan, que cada uno tiene las cosas que le convienen, Colombia se merece las Farc, como se mereció a Pablo Escobar, al Procurador al Fiscal y a la Corte Suprema de Justicia que padece. Todas esas calamidades corresponden a sus pecados, que habrán de ser muchos los anotados en la divina contabilidad. Esa debe ser la Corte para nosotros.
Con la tutela de Ascensio Reyes, la proximidad con Mancuso, con la Casa de Cambios El Centauro, con las juergas de Neiva, Sincelejo, Santa Marta, Valledupar y por supuesto, cómo no, con las declaraciones de amor a Giorgio Sale en La Enoteca de Barranquilla.
Con el investigador Velásquez yendo y viniendo a la celda de Tasmania, con el Patek Philippe del Magistrado Ramírez, con los negocios de finca raíz con algunos de estos personajes y los cheques de Crisalltex.
Sin que falten sus inferencias lógicas, sus máximas de experiencia, sus hallazgos idiomáticos, especialmente en aquello de las reglas de régimen y concordancia.
Y por supuesto, el apogeo, con sus testigos preferidos. Con Pitirri desde el Canadá, con el miembro del ELN que no desmerece en credibilidad por serlo, con Yidis, tan seria y recatada.
La Corte nos queda precisa y de ahí la estima que le profesamos y el acatamiento que le debemos.
La Corte cumple un papel esencial en nuestras vidas. Porque nos enseña a despreciarnos, demostrándonos perversos los individuos que creíamos mejores.
Es una manera de aborrecer lo que somos, para que sintamos ante el mundo la infinita vergüenza de haber nacido en esta tierra de maleantes. Si lo son Mario Uribe y Miguel Pinedo y Luis Humberto Gómez Gallo y Mauricio Pimiento y Carlos García Orjuela y tantos otros de sus compañeros de martirio y escarnio, a los demás no nos queda otra alternativa que flagelarnos, despreciarnos, detestarnos.
La Corte nos ha convertido en penitentes, nos ha invitado a tomar el sayal del anacoreta, a traspasar de silicio nuestras carnes y a buscar el refugio de una cueva, en un desierto en que solo tengamos la compañía de las hienas y las serpientes, que apenas estarán a la altura de nuestra vileza.
No será poco, bien se ve, el favor que deberemos por siempre a los amigos de Ascensio y pupilos de Giorgio, tan injustamente maltratados por algunos maledicentes que no han podido comprender la grandeza de esas almas predilectas.
Para poner preso al presidente del Partido de la U y ex presidente del Congreso, otro más de los que la Corte manda a compartir morada con los asesinos, los autores de masacres, violadores y secuestradores más siniestros, la Corte ha utilizado su más fino estilo.
La captura en Santa Marta, con harta televisión disponible, el momento preciso para que Nicaragua afiance la calificación que nos hace de narcoestado, la respuesta tan oportuna a las genuflexiones y venias del Ministro Valencia Cossio, y cómo iba a faltar, la credibilidad que ha de otorgarse en estos casos a los más consumados criminales, deseosos de ventajas y quién sabe si de algún refugio dorado en el exterior, llevan la marca indeleble de su fábrica.
El Congreso está en deuda con el país. Porque no ha tenido la entereza de enfrentar a la Corte en el debate público que sus hazañas reclaman.
La parcialidad y el ensañamiento de esos magistrados con el Gobierno, con nuestra Democracia, con nuestros hombres más representativos, superó hace rato los límites de lo tolerable. Su evidente complacencia con las Farc, su desprecio por el Derecho vigente, su parcialidad repugnante no pueden seguir su marcha de exterminio sobre la dignidad de un pueblo. Alguien los tiene que enfrentar.
Si no hay más remedio que acatar sus fallos, no hay ninguna razón para respetarlos hasta el servilismo que está en uso.
Lo que acaban de hacer con Carlos García, con el propósito obvio de ultrajar al Presidente Uribe, de destrozar su bancada parlamentaria y de humillar la Nación ante el mundo, es mucho más de lo que puede sufrirse. Algo habrá de hacerse, y pronto.
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