El país que más contamina no es China. Es Brasil y lo sigue Estados Unidos.
China viene de tercero en la lista de quienes más daño hacen al resto de los humanos. Ocurre, sin embargo, que las mediciones de impacto ambiental atienden diferentes factores y, posiblemente, al lado de la contaminación del agua, las capturas marinas y especies amenazadas, la pérdida de bosques naturales, la transformación de hábitats, el uso de fertilizantes y la contaminación del agua, que son todas expresiones de daño ambiental, son las emisiones de Co2 las que más ponen en riesgo, en el corto plazo y de manera dramática, la calidad de la vida sana en el planeta. Y es en ese terreno donde China se lleva la palma.
Desde enero a esta parte la sociedad china ha disparado sus alarmas ante los estragos que está causando la emisión de gases tóxicos en las ciudades, particularmente en la capital, y se ha desatado una urgencia en el debate sobre las soluciones. Más de dos millones y medio de mensajes de reclamos recorrieron las redes sociales en enero de este año cuando se produjo un pico de contaminación atmosférica que convirtió a la ciudad en un gigantesco fumadero colectivo, como consecuencia de los gases lanzados a la atmósfera por más de 200 plantas alimentadas de carbón y de las emanaciones de 5 millones de carros.
Aunque China ya había pasado en el 2012 a ser el país que más invierte en el planeta en el desarrollo de energías verdes, en junio pasado las autoridades presentaron el diseño de un plan para limpiar el aire que involucrará una inversión de 275.000 millones de dólares en los próximos 5 años. Según reciente publicación de The Economist esta cifra equivaldría al PIB actual de Honk Kong.
Lo que los ambientalistas temen es que las soluciones que ya están en marcha, sean tardías y la capacidad de revertir la tendencia sea muy limitada. Es que si China era responsable por el 10 % de las emisiones mundiales de efecto invernadero del año 1990, hoy se cuenta por 30 % tal participación a escala planetaria. El reto es colosalmente grande ya que mientras Europa y Estados Unidos han estado reduciendo sus emanaciones sumadas a razón de 600 m toneladas anuales, China no ha podido controlar que las suyas crezcan por sobre 50 m cada año.
Otra disyuntiva tiene que ver con la aplicación de los presupuestos ambientales a los distintos problemas por resolver. Entre las autoridades hay la creencia de que existen imperativos igualmente apremiantes como el acceso al agua de su población: 4/5 partes del agua de los chinos está radicada en el sur del país y más de la mitad de la población y 60 % de las tierras cultivables se ubican en el norte. Beijing no cuenta, por ejemplo, sino con 100 m3 de agua por persona al año cuando Naciones Unidas considera una "carencia severa" el estar ubicado cerca de 1.000 m3.
Así pues, China está frente a un gran drama de degradación de su hábitat que apela a una acción no solo costosa sino inmediata y frente a la cual no saber priorizar puede ser una calamidad para propios y ajenos.
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