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LA ÉTICA COMO ESTÉTICA

  • ERNESTO OCHOA | ERNESTO OCHOA
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20 de julio de 2012
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Sería insincero si condenara al silencio unas palabras con motivo del retiro de la periodista Ana Mercedes Gómez de la dirección de EL COLOMBIANO. En esta dialéctica de ausencias y presencias que es aceptar que una persona cercana ya no está, que se fue, que se alejó en uno de los tantos cruces de caminos que ofrece la vida, se agolpan muchos sentimientos que no son fáciles de exteriorizar.

Para mí, y estoy seguro que para muchos compañeros del periódico también, gratitud es la palabra que resume lo que han sido estos largos años de trabajo periodístico y de amistad con Ana Mercedes. Gratitud entendida no sólo como agradecimiento por su generosidad, por su bondad (por sus bondades), sino gratitud por la estela de enseñanzas que perdura tras los éxitos y las dificultades, tras las angustias y las alegrías de cada día, de todos los días, de todos los meses, de todos los años.

A pesar de su aparente fragilidad externa, Ana Mercedes es, para usar un adjetivo que tanto gustaba a Santa Teresa, una mujer recia. Una mujer fuerte. Fortaleza y reciedumbre que, a mi juicio, brotan sobre todo de una irrestricta fidelidad a los principios, al legado recibido. Las raíces son las que dan permanencia y frondosidad a un árbol. Y son las raíces las que dan seguridad al ser humano a la hora de las tempestades.

Ana Mercedes ha sido para quienes hemos trabajado a su lado un ejemplo de ética. Pero de una ética vivencial. Como maestra que es, esa ha sido su gran enseñanza, la semilla que como persona, como periodista y como compañera y amiga ha sembrado en nosotros, coetáneos suyos, y en las generaciones que han crecido a su lado. Una ética afable, sin incomprensiones ni rigideces hacia los demás.

Evocando viejas lecturas de las que nos tocó hacer en la época en que estudiamos Comunicación Social en la UPB, me atrevería a decir, con terminología de Michel Foucault, que Ana Mercedes ha entendido y ha vivido la ética como una estética de la existencia, como un arte de vivir. Ahí radica el encanto de su liderazgo. Porque asumir la ética como un arte de vivir y la vida como una obra de arte, lleva necesariamente a comportamientos que (ecos también de Foucault) la han caracterizado a ella, como la pluralidad de perspectivas, el rechazo a un único punto de vista, la ascética en el cumplimiento del deber y a la hora de las persecuciones, entre otros.

Con Ana Mercedes aprendimos los periodistas que con ella trabajamos, tanto el valor del diálogo en sí, como el valor del que hay que revestirse para enfrentar el diálogo. Y, sobre todo, para la búsqueda de la paz, que es el coronamiento de una ética vivida y practicada. Y predicada. Enseñada, mejor, y por una maestra.

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