Con frecuencia aquellas personas que sufren una discapacidad no son sólo seres desafortunados sino también seres bendecidos con cualidades muy especiales, como lo muestra el siguiente relato escrito por Rey Stephen Buslon, de Laguna, Filipinas.
Hace unos años, durante las Olimpíadas Especiales (para personas con discapacidades) realizada en Seattle, Washington, 9 contendores, todos ellos con limitaciones físicas y mentales, se alistaron para emprender la carrera de 100 metros planos. A la señal de partida todos salieron, no disparados, pero sí decididos a ganar. Todos menos un muchacho que tropezó, cayó al piso, y comenzó a llorar. Al escuchar su llanto, los otros 8 miraron hacia atrás y, cuando vieron lo ocurrido, todos se regresaron a auxiliarlo. Una niña con Síndrome de Down se arrodilló, le dio un beso y le dijo en voz alta: "esto te hará sentir mejor". Después de ayudarlo a ponerse de pie, todos se tomaron de las manos y continuaron juntos hasta la meta. En ese momento el estadio entero se puso de pie y, con los ojos llenos en lágrimas, los aplaudieron por un largo rato.
La mayoría de los que estuvieron allí cuentan esta historia una y otra vez, quizás porque todos comprendieron lo que estos competidores les enseñaron: lo más importante en la vida no es ganar sino ayudar a los demás cuando están en dificultades, aunque ello signifique disminuir nuestro ritmo o cambiar de rumbo. Así, la solidaridad y bondad que esos jóvenes con discapacidades demostraron en tal ocasión le mostraron al público que, a pesar de sus limitaciones, su espíritu sigue invicto y tienen mucho que enseñar a quienes "lo tienen todo".
Es evidente que no son las discapacidades ni los golpes de la vida los que empobrecen el corazón humano, sino la falta de empatía con las necesidades de nuestros semejantes en que nos ha sumido esa loca carrera que emprendimos para tener más cuando la meta en nuestro trayecto por la vida es dar más. Hoy, más que nunca, urge que los padres disminuyamos el ritmo, cambiemos el rumbo e impidamos así que el corazón de nuestros hijos se "discapacite" precisamente por tenerlo todo ? menos la sensibilidad para detenerse a servir a tantos que, más que nunca, necesitan nuestra ayuda para levantarse y poder proseguir.
*Ángela Marulanda, Autora y Educadora Familiar
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6