Tras una obertura de lenguajes no verbales: la escena gesticulada del mudo con su madre y nodriza, lenguaje de señas, sonidos guturales, una pantomima realzada por el maquillaje en tonos blancos sobre los rostros y los ademanes de clowns, amén del vestuario de la gran dama con tinte futurista, se desparrama la palabra, cascada del verbo, un aluvión de frases sin sentido y riñas a granel entre los personajes por una bicoca, por una minucia, por un mendrugo. Teatro líquido de la palabra líquida. He ahí el tono de farsa de la propuesta que Fractal Teatro hace de la pieza emblemática de Enrique Buenaventura.
Concebida, inicialmente en 1968 como parte de Los Papeles del Infierno, desmembrada luego, hacia 1976, por el TEC (Teatro Experimental de Cali), como obra autónoma, como espectáculo redondo, sin fisuras en su anclaje, pronto se tornó en obra de culto y referente del método de la Creación Colectiva: "el que recoge la vida y la transforma en metáfora y en acontecimiento que se impone entre los otros acontecimientos sociales, políticos, criminales, económicos, etc." – a decir del propio Enrique.. De ella han bebido, como de un pozo inagotable, y alimentado otras dramaturgias. Tributarias de este teatro podrían citarse, guardadas proporciones, obras nuestras como La Ceremonia de Gilberto Martínez y En Casa de Irene, de José Manuel Freidel. Es el teatro que metaforiza el acontecer social, lo teatraliza y se sirve de las circunstancias dadas para hacer teatro dentro del teatro: metateatro.
El rito que cada treinta (de mes, un entremés) convoca a esta tropa de mendicantes a acolitar a la dama en su ceremonia de burla al fasto de otrora, reúne en su pocilga a sus viejos "camaradas" para representar cuadros del poder: desfilan cual procesión, el Militar, chafarote y engendro, el Burgués –no tan gentilhombre- o el Industrioso emergente, y cual invitado de honor de cuanto agasajo se presente, el bufón mayor, el Clero, con sus hipócritas bendiciones, comuniones, excomuniones y absoluciones: Ego Te Absolvo A Peccatis Tuis.
Teatro líquido de la palabra líquida. Montada sobre un andamiaje que se me ocurre aparatoso, la "gran" dama guarda entre sus prendas, cual paridos por su útero inmenso, la prole de "rapiñosos", caterva de seres contrahechos, esperpénticos desfilará con sus mejores galas para recrear escenas del otrora lustroso poder de orgiásticas faenas. Destellos de una gloria que yace ya desvencijada en el desván de la memoria. Irreverencia al rancio abolengo de las castas enquistadas en el poder. Tras la caricatura aflora un rictus de inconfomismo que contagia a la platea: rizar el rizo. Frisar el friso. Se ironiza la mala ortografía del sexo, la lengua blasfema.
Un grupo de reciente formación, cinco años, convoca actrices de distintos matices, donde destacan la maestra Clara Arango, el mudo, con su elocuente gestus y Lina Mazorra, el obispo, prelado perlado, a quienes secundan el gran contorsionista, clown natural, John Jairo Jaramillo, quien fricando las erres brinda un extraño extrañamiento a su papel de "gran" dama. Mario Martínez, Diego Mesa y David Ocampo son versátiles y lujuriosos en sus gestos. La dirección de Mario Sánchez, logra provocar en sus actores el sustrato de desmesura y desvergüenza que sus roles requieren. La música de Francisco Londoño en veces acompasa en otras distorsiona y contrasta con el tono de la farsa.
Pico y Placa Medellín
viernes
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