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La paz

  • La paz |
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06 de octubre de 2011
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La paz soy yo, el que lee esta nota, el que se pregunta qué es la paz.

La paz no es una cosa que puedo encontrar en algún lugar. La paz va conmigo adonde quiera que voy.

Me detengo a preguntarme quién soy, de dónde vengo y adónde me encamino.

Me sorprendo de mí mismo, y mi sorpresa crece al constatar que soy la paz, lo que busco por todas partes con afán.

Me digo en silencio los versos antiguos: "A mis soledades voy / de mis soledades vengo. / Con venir de mí mismo / no puedo venir más lejos".

No hay distancia como la mía, la que tengo, la que soy. Cuanto más la recorro, más descubro lo infinita que es.

Mi interioridad se manifiesta en cada gesto mío.

Miro mi rostro, mis ademanes; estoy mirando la paz, lo que soy, esa maravilla de unidad, pasmosa en su complejidad, armonía de cuerpo y alma, de mente y corazón.

La paz, de cuidado infinito, nace en mi interioridad.

Cuanto más tiempo le dedico, más descubro la maravilla que es.

Me quedo absorto descubriendo la paz.

El tiempo que me dedico a mí, es tiempo que dedico a la paz, a lo que soy.

Un día llega Jesús con las puertas cerradas y saluda: "La paz con ustedes" (Jn. 20, 19-20).

Saludo extraño por poco conocido y excelente a la vez. La paz es Él, el que saluda con la paz. Su saludo los vuelve paz, lo que Él es, Dios.

Me digo sin palabras: "Claro está que siempre es vano el conturbarse, pues nunca sirve para provecho alguno".

S. Juan de la Cruz me enseña a llevarlo todo con igualdad tranquila y pacífica y a alegrarme en todo por no perder la paz y así ponerle remedio conveniente a toda adversidad haciendo de la armonía el tesoro del corazón.

Me asusta tarea tan simple y compleja a la vez.

Me propongo vivir viajando hacia el interior de mí mismo, de los demás, de la naturaleza y de Dios.

Viaje que empeña toda mi vigilancia, dedicación y devoción.

Vivo haciendo la paz conmigo, vives haciendo la paz contigo, vivimos haciendo la paz con nosotros.

Coincidimos.

La coincidencia es fruto de un juego lleno de inteligencia y corazón, regalo de la Divinidad.

Sin darnos cuenta, construimos la paz porque es la tarea en que coincidimos.

La paz que somos llena la atmósfera que respiramos.

* Monticelo, Centro de Mística.

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