La santidad, lo que es no lo sabemos, quizás no lo sepamos nunca, pero la santidad es algo que palpita en todo.
La santidad no es un ser que va y viene, que sube y baja. Personas y cosas somos eso, santos. No hay peor castigo que ignorar lo que somos.
Dios es la santidad, la perfección absoluta, sin contornos. Por mucho que vuele, la imaginación se quiebra al llegar a Dios. Al santo le cabe la misión de volar por el espacio infinito haciéndose partícipe de la condición divina.
¿Cómo hago para llevar a Jesús en el inconsciente?, me pregunta un amigo, herido de eternidad. Pienso en la obsesión, lo que asalta a la mente con persistencia moldeando sentimientos, pensamientos, palabras y acciones.
La obsesión arrastra todo tras de sí.
A Dios lo obsesiona la creación hasta volverlo Creador. Todo cuanto existe es obra suya. Él en las cosas, ellas en Él. Por obsesionarlo, las cosas moldean a Dios, escándalo para quien ignora los despropósitos del amor.
A Jesús lo obsesiona el Padre. "Yo y el Padre somos uno. Yo hago siempre lo que le veo hacer al Padre". Obsesión loca, tierna, sutil, delicada la de Jesús. Lleva al Padre en la mirada, en las manos, en los pies, en el inconsciente, no es capaz de respirar sin Él.
Jesús transfigura a quien se obsesiona con Él. Teresita no necesitaba más guía. Él la instruía en secreto en las cosas de su amor. Eso es la santidad, Dios instruyendo en secreto. Eso es la santidad, lo que, aun por caminos extraviados, buscamos todos con afán.
Dios es amor y por eso sale a crear. Lo que crea es santo por participar de su vida divina. La piedra, el árbol, el pájaro, el viento, la estrella, el hombre son santos porque Él habita en ellos haciéndolos existir.
Las obras buenas no nos hacen santos, manifiestan nuestra santidad, que es Dios aconteciendo en nosotros. Cuando hacemos el bien y evitamos el mal, secundamos a Dios en su amor divino aconteciendo en cada ser de su creación.
Quien toma conciencia de ser santo, actúa como santo, meta de todos en el tiempo y en la eternidad. Así, según S. Juan de la Cruz, "el alma anda interior y exteriormente como de fiesta y trae en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor".
* Monticelo, Centro de Mística.
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