Una flor rosada hecha de cintas corona la cabeza de Claudia Ocampo, una de las vendedoras de café que deambulan por el centro de la ciudad.
La Mona del Café, como la llaman por los lados del Hueco, ya no necesita ser un pulpo para agarrar nueve termos de colores, como antes, porque desde hace un año se hizo a una carretilla con la que recorre el corazón de Medellín.
Su presencia, sumada a la de cientos de mujeres y de hombres que van y vienen ofreciendo el líquido humeante, sirviéndolo en vasos desechables a 400 pesos, ya endulzado —"se lo compro a una familia evangélica por la estación Prado; es puro Dolca"— resulta apenas natural en un país cafetero.
Pero quienes no quiere correr el riesgo de quemarse las yemas de los dedos; desean compartir dos, tres palabras con otra persona, o ensimismarse en sus pensamientos si están solos, buscan un establecimiento donde pueda sentarse durante unos minutos.
Como la tradición cafetera en Colombia tiene al menos cien años, la historia cuenta de cafés donde iban Carrasquilla o Luis Tejada a hablar, a veces alrededor de la bebida estimulante y otras, de licor. También por eso, por la larga tradición, muchos cafés tienen un aire viejo.
En el centro y en los barrios, son menos las cuadras en las cuales su esquina o su medio no tienen un cafecito donde demorarse.
Ahí está el Caracas, en la calle que le da su nombre, entre Avenida Oriental y Sucre. Ese donde veían muchas mañanas al periodista Alberto Aguirre sacando su regla del bolsillo de la camisa para recortar de los periódicos, entre sorbos, las notas que le interesaban. El Académico, el de los profesores billaristas, en un segundo piso de Sucre; La Marquesa, a pocos pasos de allí, dirigiéndolos hacia La Playa; los bares del Pasaje La Bastilla; El Málaga, y La Montañita, junto al Palacio de la Cultura desde hace más de 65 años... y cien más donde toman tinto y lo acompañan con agua helada o lo "envenenan" con ron o aguardiente y lo llaman carajillo. En estos sitios la música importa. Tangos y boleros suenan a un volumen que deja oír a los hablantes.
Aromas nuevos
Y para cambiar el formato, van a cafés decorados con fotografías antiguas de la ciudad, europeas o de artistas celebrados, y leen revistas o conversan bajo quitasoles. Van a cafés-librerías o librerías-cafés y toman capuccino y lo acompañan con cascos de naranja forrados en chocolate o caramelo.
En el Café Valdez, ¿espresso o americano?, no oyen música. En el Pergamino toman bebidas procedentes de África o del suroeste antioqueño.
El Café Vallejo en Laureles, tiene piano. Allí toman cafés orgánicos, o sea, sin químicos; escuchan jazz; ven libros, y hasta los compran.
Otro placer hay en Otraparte, donde, inspirados en temas y expresiones de Fernando González, toman la bebida en mesas bajo los árboles...
Sin puertas como el de la Mona, con billares, con quitasoles o como sean, los cafés son los oasis de las urbes. Perfumados con el aroma del fruto del cafeto, están dedicados a estimular la imaginación y el recuerdo.
Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4