Luiz Inácio Da Silva, Lula, no es un mero expresidente del Brasil. Es un líder mundial. Escuchado, atendido, incluso por algunos idolatrado. Ocho años al frente del formidable país suramericano, y una vida entera como viejo zorro del sindicalismo, no hacen de él propiamente un cándido personaje que diga las cosas sin pensar. Llegó a Colombia y, frente al Jefe de Estado anfitrión, en la Casa de Nariño, sede del poder Ejecutivo, lanzó pullas que no por decirse en tono amable, dejaron de tener amargo sabor. Mensajes cruzados para halagar oídos domésticos y en el exterior. Revelando sorpresivas desconfianzas con el expresidente Álvaro Uribe, quien observó por el brasilero un escrupuloso respeto en todo momento. Lula podrá opinar lo que quiera, pero en esta ocasión lo dijo en el lugar equivocado.
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