Les disparan, pero las balas ni les rozan. Seis años después del colapso de Lehman Brothers, los multimillonarios nunca han sido tan ricos. Las estadísticas no engañan. La lista que elabora cada año el diario conservador británico «The Times», refleja que las 1.000 personas más acaudaladas de Reino Unido han visto crecer su patrimonio un 13% en un año, hasta los 519.000 millones de libras (872.000 millones de dólares). Esto representa nada menos que un tercio del PIB de las islas. El boom inmobiliario que ha experimentado Londres en el último año, lugar de residencia del 10% de los ricos del planeta y un imán para las fortunas de países inestables como Ucrania o Rusia, ha sido tan descomunal que genera buena parte del aumento patrimonial de los millonarios británicos. La fortaleza de la libra y unas condiciones fiscales favorables hacen el resto. Pero no todo. La riqueza ya no está basada solo en las tierras o las herencias, aunque los aristócratas terratenientes aún lideran las primeras plazas, sino vinculada a las materias primas, las nuevas tecnologías, la biomedicina y el mundo de la comunicación. La situación es la misma en todo el mundo.
Según datos de la Oficina Nacional de Estadística de Reino Unido, el 10 % de los británicos amasa el 44 % de la riqueza. Si acotamos el ratio, la desigualdad es aún más evidente: el 1 % de los británicos más ricos dispone de lo mismo que el 55 % más pobre. Pero del ranquin pueden extraerse también aspectos positivos. El primero es que cada vez aparecen más mujeres en la lista. Mientras en 2004 eran 78, en la publicada el pasado domingo eran 114. Además, aunque el «viejo dinero» –ligado a los títulos y las tierras– no ha desaparecido, los «brokers» de la especulación se han diluido, presas del batacazo financiero. Su lugar lo ocupan arriesgados empresarios, salidos de la nada en no pocas ocasiones, sin títulos universitarios ni rancio abolengo, primeros señores de una estirpe opulenta quizá perecedera pero hoy entronizada.
La dudosa procedencia de sus fortunas, que como casi siempre quedará «institucionalizada» en las segundas generaciones, no empaña personalidades arriesgadas y aventureras. Hombres y mujeres hechos a sí mismos dispuestos a triunfar por encima de todo y de todos.
Como saben, resido entre Madrid y Londres. No puedo negar que la llegada de tanto nuevo rico a la capital británica causa estragos en mi cartera. Los precios se desmadran, desde los alquileres hasta los capuccinos, y anda uno mirando cada miserable penique como si fueran doblones de a ocho. Sin embargo, pese a esa aparente desigualdad, Reino Unido y Europa en general disponen de una red de asistencia social que para sí quisiera el resto del orbe. Sanidad y educación gratuitas, beneficios en las universidades para los hijos de las familias más desfavorecidas, vivienda por cuenta del Estado para los pobres y ayuda económica para el día a día. ¿Implica eso que funciona la «mano invisible» de Adam Smith ? ¿Genera riqueza la propia riqueza? «The Times» lo tiene claro. Por eso, tituló su editorial del domingo «No derrotemos a los millonarios, unámonos a ellos». Una lectura demasiado simple.
Nadie puede negar a quien ha logrado amasar una fortuna con su esfuerzo, talento o, simplemente, con un golpe de suerte el derecho a disfrutar de ella como le plazca. Tampoco que la riqueza produce beneficios para toda la sociedad. Pero está empíricamente comprobado que aquellas naciones con mayor acumulación de bienes en pocas manos son las más desiguales y empobrecidas. Y que aquellas otras donde la distribución de la riqueza es más equitativa y equilibrada son más justas e igualitarias. Y lideran todos los listados de bienestar, no solo el de millonarios. Siempre he creído en el poder del individuo para forjar su destino por muy adversas que sean las condiciones de partida. Pero la meritocracia debe guardar un equilibrio. La acumulación de tesoros nos empobrece a todos. No hay por qué castigar a los ricos, pero quien más tiene debe contribuir en su justa medida al bien común. Es el precio de ver cómo las balas les dan siempre a los otros.
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