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No hay mal que dure 100 años

05 de julio de 2011
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Nuevamente, y con un sentimiento de gran frustración, registramos con frecuencia noticias sobre hostigamientos y ataques a pueblos, o de atentados y masacres en diversas zonas de Colombia.

Cuando creíamos que ya estas cosas se estaban convirtiendo en parte del pasado, por el contrario nos damos cuenta de que no es así y que el problema en realidad sigue estando aún sin resolver.

En Colombia hemos resistido ya por más de cuatro décadas la violencia y el terror, la guerra y todas las vejaciones que ésta produce, en un conflicto fratricida del cual es cada vez más difícil reconocer una válida motivación, una justificación propia o una verdadera razón de ser.

Bastaría mirar a los hechos tan execrables y condenables que se cometen para comprender que no existe una finalidad capaz de justificar todo ello. Esto es claro: pues por más noble que sea el ideal buscado, por más digno y admirable que se presente, no puede jamás justificar ni aprobar el dolor de tantas familias, de tantas personas que han visto segadas o fragmentadas sus vidas o la vida de alguno de sus seres queridos en medio de esta lucha sin cuartel.

Si hacemos un breve y somero análisis de este fenómeno comparando su origen a lo que es hoy, nos bastará sólo esto para darnos cuenta de la gran tergiversación que ha sufrido la guerra y sus autores a lo largo de los años.

Si en un principio para sus promotores se trató de una lucha por la justicia social, por el reconocimiento y el respeto de los derechos de los más pobres e indefensos de la sociedad de entonces, actualmente notamos en cambio que las motivaciones son muy distintas.

Parece que solamente interesa el poder, el dinero, el control del negocio de las drogas, o dominar a través del terror y la fuerza de las armas: no importa entonces si para ello sea necesario destruir, secuestrar, torturar o asesinar a quien sea.

Sin embargo, por la experiencia de otras naciones sabemos que el valor y el éxito de una revolución no está nunca en las armas ni mucho menos en la violencia.

No son ellas las que transforman las sociedades, al máximo sólo las destruyen. Son más bien las ideas y las nuevas propuestas las que empujan a los hombres al cambio.

Éstas son como el combustible que alimenta las verdaderas revoluciones. Así Mahatma Gandhi, por ejemplo, logró liberar a su pueblo de la dominación en que se hallaba. Solamente por la fuerza de la verdad, de la no violencia y la resistencia pasiva pudo movilizar todo su país en contra del imperio británico que los oprimía alcanzando la libertad tan ansiada.

Necesitamos por eso que la fuerza de la verdad se manifieste en Colombia. No queremos más muertes sin sentido. Nos merecemos un país en paz, que camine con confianza por los senderos de la prosperidad, del respeto y la legalidad.

El mal de la guerra no puede durar más, Colombia no lo resistiría.

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