Ernesto Sábato, uno de los grandes de la literatura sudamericana del siglo XX, se ha ido sin el Nobel en la maleta.
En lo literario, Ernesto ha sido conocido por tres novelas: El Túnel, Sobre Héroes y Tumbas y Abaddón el exterminador, así como por otros ensayos en los que denota una profunda preocupación humanista.
Jorge Luis Borges, el otro gran escritor argentino del siglo XX, se marchó sin el Premio Nobel de Literatura, precisamente, por ser muy diferente de Sábato. Inmensamente erudito, dejó a un lado el humanismo cuando "comprendió" a los golpistas militares que embarcaron a su país en la dictadura y las desapariciones.
En Sábato, en cambio, se hizo grande la literatura y el papel del escritor como testigo y sujeto activo de un territorio y un tiempo; en esto Ernesto ha sido un modelo.
Nacido en Rojas, Argentina, en 1911, desempeñó una activa militancia política de línea filocomunista hasta que quedó desengañado de la dictadura del proletariado.
Crítico con el peronismo y la dictadura, para él era básica la defensa del hombre y la libertad, advirtiendo que la ciencia y la técnica deben estar al servicio del hombre y no al contrario, como él estimaba que ocurría en las sociedades tecnológicamente avanzadas.
Su faceta de físico
Sus estudios los encaminó al ámbito científico, doctorándose en Física por la Universidad de La Plata y alcanzó cierto prestigio en el mundo de la Física Nuclear. Trabajó en el Laboratorio Curie, en París, y en el Instituto Tecnológico de Massachussets (E.U.), antes de tornar a Argentina.
De los estudios relativos a las radiaciones nucleares o a la física cuántica pasó en un replanteamiento personal a preocuparse más del hombre y, en coherencia con su pensamiento, abandonó la universidad y se retiró con su esposa, Matilde, a un rancho sin agua ni luz, en la provincia de Córdoba, en el interior del país.
"No teníamos luz en casa, pero nos iluminaron los afectos y un hijo recién nacido", comentó el escritor alguna vez en su casa de Buenos Aires.
La pintura, su otra pasión
Quizá influenciado por su estancia en París, donde conoció al chileno Roberto Matta y al canario Oscar Domínguez, ambos grandes del surrealismo, los cuadros de Ernesto Sábato estaban llenos de elementos surrealistas y expresionistas, con una utilización dramática del color, tal vez reflejando en ellos el desgarro que percibía en la sociedad.
Ese desgarro ya lo manifestó en aquellos tiempos de huida de la ciencia y la ciudad (1945) cuando publicó Uno y el Universo, ensayo en el que critica la deshumanización de las sociedades avanzadas.
A Sábato le dolía Argentina; le dolían la dictadura, las desapariciones y la injusticia. En los años 70, su vida se teñía por el dolor de la realidad argentina y la satisfacción por los incesantes premios a su carrera, llegados de Alemania, Francia, Italia y España. Bastante más tarde, en 1984, le llegaría el Cervantes de Literatura.
Presidió, por sugerencia del presidente argentino Raúl Alfonsín, la Comisión Nacional sobre Desaparición de las Personas, que elaboró el conocido Informe Sábato que abrió el camino a la acción de la justicia contra los represores de la dictadura argentina.
Conocedor de su vocación inconformista, de la que daban fe su biografía y sus cuadros de tonos estridentes, en Sábato también anidaba la Argentina tradicional y burguesa; como detalle, su puntual, té de las cinco de la tarde, ante el que alguna vez coincidíamos periodistas de distintos países, para hablar de pinturas, política y, como no, literatura.