Esta crítica iba a ser sobre El Hobbit. Pero hay ciertas películas que ustedes verán sin importar lo que escriba un crítico y El Hobbit es una de ellas. Además, los buenos amigos que la han visto, me dicen que es todo lo que debe ser una superproducción dirigida por un fan de la Tierra Media como Peter Jackson: una historia narrada con soltura, vestuarios y escenarios fantásticos, gran banda sonora y secuencias que asombran por lo bien ejecutadas. Prefiero aprovechar una de las últimas críticas de este año para hablar de una película que estrenaron hace un par de meses, pero que el Colombo Americano programó este fin de semana en Medellín como parte de la muestra de "lo mejor del año", así que técnicamente está en cartelera: Un amor imposible.
No voy a hablar mucho de lo que ocurre en la película. La historia central de la cinta es la de un científico-burócrata inglés que debe lidiar con el antojo de un jeque de inundar una amplia zona desértica, de tal manera que en ella se pueda pescar salmón. Este científico, el doctor Alfred Jones (el personaje más repelente que ha hecho Ewan McGregor en los últimos años) se enamora casi de inmediato de la asistente del jeque, la hermosa Harriet (la siempre radiante Emily Blunt) pero su amor no es posible porque ambos están comprometidos: él está casado y ella espera a un novio militar que está perdido en combate y que por supuesto será rescatado y aparecerá en la mitad de la cinta para complicar un poco más las cosas.
Pero Un amor imposible (y este, por fin, es el asunto de esta crítica) es una cinta que no debería estar en ningún top del año. Porque en vez de ser la comedia de enredos que prometía, se convierte en un pastiche dulzón, de los que acostumbra a hacer Lasse Halström, su muy irregular director. ¿Debido a qué una comedia romántica tan mediocre se presenta entre "lo mejor" que vimos en la ciudad en 2012? Porque el cine que llega a nuestras carteleras es cada vez más pobre. Nada tengo contra películas grandiosas como El Hobbit, que son buenas, tienen una hinchada fiel y le reportan a los exhibidores grandes ganancias por su repercusión. Es maravilloso cuando la industria del cine hace productos donde se ven los resultados de combinar el mejor talento con grandes sumas de dinero. ¿Pero por qué una joya como Moonrise kingdom de Wes Anderson, que estaba programada para estrenarse ayer, de repente desaparece de las páginas web de todos los exhibidores? ¿Por qué nadie nos ha explicado qué estamos esperando para ver Amour, la ganadora de la Palma de Oro en Cannes y segura competidora por el Oscar a película en lengua extranjera? En cambio, tenemos que tragarnos cosas como Presencias del más allá o El gran robo, que deberían estar penadas por ley de lo malas que son.
A eso hemos llegado en Medellín. A ver con tristeza que el público se está habituando a un cine estúpido, facilista y mediocre. Y que los exhibidores comerciales, olvidando su responsabilidad de formar público, nos calman el hambre con sobras n
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