En la capital de China se pueden ver dos de los verdaderos tesoros de esta cultura milenaria: la Gran Muralla y la Ciudad Prohibida.
Si decide visitarlos por esta época, una niebla densa hace parte del decorado.
Pero no se desanime. En la visita encontrará vestigios de un pasado que contrasta con la actual China, industrializada y pujante.
Lo primero que sorprende al llegar a la Ciudad Prohibida es la simetría. Una sucesión de majestuosos edificios habla de jerarquías en el que fuera el palacio imperial por más de 500 años.
Las primeras edificaciones eran para las cortesanas del emperador y el grupo de eunucos que le cuidaban.
No permiten conocer ninguna de las más de 9 mil habitaciones, aunque el único vistazo de lo que podría ser aquella vida, es la silla gigante en la que se transportaba al jerarca del imperio.
Hay que detenerse a imaginar a Puyi, el último emperador (como bien lo retrató Bernardo Bertolucci en la película del mismo nombre), sentado en esta inmensidad. Su período empezó cuando él tenía dos años de edad.
En siete hectáreas de extensión, terminar el recorrido, que también es limitado, es un imposible. Aunque un hermoso final es el jardín imperial.
Si se aleja del bullicio de los turistas, se siente el embrujo de este lugar, ultrasecreto en una época, que sigue revelando su majestuosidad.
Pico y Placa Medellín
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