Es muy preocupante, además de grave, que se fragüe un atentado contra el expresidente Álvaro Uribe. Esta vez fue en el exterior, y ha sido un juez argentino quien ha confirmado que el artefacto descubierto en el Teatro Rex, de Buenos Aires, iba a ser detonado mientras el expresidente colombiano estuviera dictando hoy una conferencia.
Uribe Vélez cuenta con gran respeto y simpatía de millones de personas no sólo en Colombia, sino en otros países.
La diferencia es que mientras todos sus partidarios y admiradores son ciudadanos trabajadores, del común, que no llevan sus desacuerdos al límite del crimen, algunos de sus enemigos no son meramente políticos o ideológicos. Son poderosos, y los anima un odio fanático hacia quien los desenmascaró y desmontó buena parte de sus falacias y mentiras. Tienen, además, cobertura política, aquí y en el exterior.
Los enemigos de un líder político como Uribe no se ubican sólo en la ilegalidad (guerrilla, paramilitares, narcotraficantes), sino que llegan a estar enquistados dentro del aparato estatal. Los magnicidios de Luis Carlos Galán Sarmiento y Álvaro Gómez Hurtado así lo han evidenciado.
Algunos viajes de Uribe al exterior implican la presencia inevitable de grupos adoctrinados que vociferan contra él. Eso, aunque molesto, es legítimo como espacio de libre expresión. Pero ahora, otros fueron más allá al intentar acallar con bombas a su oponente.
El atentado terrorista contra el exministro Fernando Londoño Hoyos, y ahora la desactivación de un explosivo dirigido contra Álvaro Uribe, no parecen ser hechos aislados.
Afortunadamente en Argentina desmontaron el plan criminal. Las autoridades colombianas tienen que extremar el cuidado y protección al expresidente.
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