Ese día que nació Carlos Daniel Palacio, hace casi dos años, María Consuelo Palacio Hinestroza, su madre, sintió un dolor y luego otro. Quiso acostarse y llamó a uno de sus hijos, un niño de 14 años, para que la acompañara al hospital.
"Pero, mamá, usted ya no alcanza a llegar al hospital"-le dijo-. Si puede tener su hijo en la casa, no se preocupe que yo aquí le corto el ombligo", se dispuso Édgar Emilio Quejada Palacio. Y así fue.
Los dolores fueron más fuertes. Cada minuto que pasaba era más inminente la llegada del bebé.
Cuando ya no podía caminar ni hacer nada, Édgar se bajó de la cama, prendió el fogón, puso a tibiar un agua, lavó una ponchera. Vio que el niño estaba para nacer y le dio un masaje en el estómago a su madre. "Y yo me puse en posición del niño nacer", recuerda María.
Cuando nació el bebé, Édgar cogió en sus manos un hilito, le amarró el ombligo y se lo cortó con unas tijeras.
Enseguida lo cogió lo lavó con agua tibia y menticol, le pringó el ombligo y lo acostó en la cama.
"El niño ya me había visto haciéndolo con otras personas en la casa... A otras personas que también les ha tocado el mismo caso mío".
"Ahora ya no tengo más hijos, porque ya me operé. Tengo la situación muy maluca. Estoy tratando de darle estudio a estos hijos que tengo".
Ella tiene uno de 18 y de ahí siguen de 14, 10, 12 y los más pequeños de 6, 4, 3, y uno, aunque en realidad no sabe exactamente cuántos años tienen.
"Cuando empecé a tener niños a mí me gustaba planificar con agua. Me decían que tomara un vaso después de tener relación con el señor y así unas veces lo hacía y otras no. Ya después empecé a comprar droga para planificar y eso a mí no me hacía ningún efecto. Cada que tenía mi periodo y tenía contacto con él quedaba en embarazo. Ya yo dije que no puedo seguir más. Voy a buscar una ayuda a que me colaboren cómo operarme. Y me tocó irme al escondido del señor a operarme porque él no quería".
María Consuelo fue a Profamilia en busca de ayuda y, "gracias al Señor, hasta hoy mi operación me ha salido bien, que no me he embarazado".
Ella no tiene pareja y los padres de sus hijos nada le aportan al sostenimiento de ellos. "Vivo sola, con mis pelaitos. Luchando por ellos, dándoles estudio.
Nosotros vivimos así: cuando yo tengo un peso me compro un bananito para vender ahí, en el patio de mi casa. Cuando me gasto lo poco que les consigo a ellos ya no queda más que la voluntad del Señor. Por ahí, sembrando maticas para sobrevivir".
Ahora le toca pagar las matrículas, pero no tiene con qué. "Por ahora no me los han echado de la escuela".
"Yo le pediría al Gobierno que me ayudara con la vivienda para hacerme a una casa digna para mis pelaítos y para poderlos tener en un lugar adecuado y que ellos pudieran recrearse en su rancho sin salir a molestar a nadie.
Ella, que va a cumplir 47 años, es una de las beneficiarias del Centro de Recuperación Nutricional niños del Chocó. "Gracias a las hermanas tengo un techo y tengo en qué dormir, porque no tenía ni cama para acostar a los niños".
María Consuelo, la de los Ocho de Colombia, como la conocen, vive en un barrio del norte de Quibdó, Cabit, en un rancho de tablas, con un camarote donde se distribuyen todos sus hijos. Allí no hay luz, una vela es lo único que ilumina la oscuridad del rancho cuando llega la noche.
Son dos camas donde se acomodan todos para dormir. Hay un remedo de cocina, un piso de tierra y un techo de plástico.
Como esta son miles las historias de las familias en cualquier recorrido por las calles del Chocó.
El pequeño Carlos Daniel no suelta de su mano ni su boca deja el seno ajado y estirado de su madre. La leche que de allí logra sacar lo mantiene vivo, además de la ayuda que les prestan en el Hogar de las hermanas de la Santa Cruz.
Sus hijos, todos, tienen signos de desnutrición severa y, en ella, la extrema delgadez es suficiente muestra del hambre que padece.
Allí, en medio de la miseria, de la escasez, del abandono, los ojos grandes y brillantes de los niños iluminan la habitación y su sonrisa blanca y grande revela la belleza del ser humano en medio de la adversidad.
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