Deambulan, sin encontrarse, las soledades de Édgar Allan Poe y de Miguel Ángel Osorio, quien se transformó en Porfirio Barba Jacob.
Sus tristezas y sus letras están en el mismo sitio, pero en dos momentos diferentes, unas detrás de otras en el teatro de Hora 25, en el montaje Poetas Malditos.
Es teatro para oír, dice sobre la propuesta Gustavo Adolfo Montoya Sánchez, que en el escenario es Poe y Barba Jacob.
"Pero que no esperen encontrarse con un tipo frente a un micrófono leyendo poemas o declamándolos. No. Vamos es a padecer la poesía", dice el actor. Y lo hace extendiendo una invitación para acercarse a ambos autores.
Dos momentos poéticos
El montaje, dirigido por Farley Velásquez, fue una construcción colectiva que creó toda la dramaturgia leyendo y releyendo lo escrito por el norteamericano (de Boston, para más señas) y el antioqueño. Y rebuscando en sus vidas, también.
"El alcohol, la soledad, ambas hacen parte de sus vidas", recuerda Montoya Sánchez, quien incluso, físicamente, se parece al poeta de Santa Rosa de Osos.
Para contar a Poe, se recurrió a lo que los otros, sus contemporáneos, decían de él: los críticos, su familia, los que lo conocían. Con Porfirio, en cambio, el relato es más en primera persona.
"Sin embargo, todo es poesía", recalca el actor.
La obra está pensada en dos cuadros, de 40 a 50 minutos. Primero se podrá ver a el autor de El cuervo y luego al creador de la Canción de la vida profunda.
Hay un intermedio entre ambas obras, mientras Gustavo deja de ser Édgar y de declarar que "la creación artística no es una alegoría moral", y se mete en la piel de Porfirio, y asegura entonces que "mi soledad es mi religión", hasta en las tablas.
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