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REALEZA IRREAL

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07 de mayo de 2013
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Dan risa los reyes, con sus reinas y sus infantas. Risa, si no dieran rabia. ¿Capas de armiño, tan entrado ya el XXI? A sus casi cincuenta de edad, los nuevos reyes mantienen cara de niño, tal vez como consecuencia de no haber hecho nada más que jugar y buscar esposa digna de sus siglos antepasados.

Las mujeres de la realeza tapan sus rayas del tiempo con sombreros gigantescos, sacados de zoología fantástica. Las reinas madres miden sus vidas en décadas, casi en siglos, durante los cuales han salido a balcones y banquetes con el único propósito de convencer a sus súbditos de que no han muerto.

Respiran, claro, pero les es tan evidente el corsé del féretro de oro en que se las encerró desde la Edad Media. Una reina madre es estandarte bajado de urnas del museo arqueológico para presidir el cortejo de la imbecilidad general. Cuesta trabajo desde este trópico calar en la devoción de los vasallos del primer mundo.

Los reyes viejos pasean sus picardías por villas y cotos de caza de potentados del planeta, para subrayar con su abolengo la índole legítima de los tesoros acumulados. Flota sobre ellos zalamería pública, solo explicable porque la memoria de las guillotinas ha quedado reducida a mera alusión libresca.

Cuando los reyes son príncipes, las noticias intentan demostrar que tienen carne y hueso como los plebeyos. Van a servicio militar, se emborrachan, conquistan damas de costumbres elásticas, practican deportes, engañan en los negocios. Es el cuarto de hora de su libertad. Pronto deberán aconductarse, implantarse sus condecoraciones, peinarse meticulosamente, enterrar la juventud bajo oropeles de naftalina.

El oficio de las reinas consiste en volverse viejas lo más rápido posible. Si son bellas, también tienen un cuarto de hora de lucimiento pero al lado irrestricto de sus maridos. En su futuro figuran sesenta o más años de agonía celeste. Hasta el día en que, lánguidas, abdiquen a favor de su aniñado hijo blando y pálido.

La realeza es increíble rezago de hace medio milenio, conservado únicamente para demostrar que la humanidad teme destruir sus cunas. La familia real es irreal, no es virtuosa sino virtual, niega el tiempo, impide que los cuentos de hadas despeguen definitivamente. En verdad, tronos, coronas y monarcas deberían tener lugar solamente en la imaginación.

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