La presentación de Los tres caínes, por un canal de televisión privado, está desatando en Colombia una gran controversia, que no es nueva en torno a producciones como esta, pero que se ha hecho más visible por las conversaciones generadas por las redes sociales, blogs y columnas de opinión de periódicos y revistas.
Más allá de los efectos sobre la disminución de su pauta, de su sintonía o en las decisiones que pueda tomar el canal, sería deseable que esta protesta contra la serie de TV fuera la simiente de una cultura contra la violencia o contra todo lo que la fomente o mitifique, y no solo en el ámbito mediático.
Y ojalá, al mismo tiempo que crece este rechazo a la violencia, y que pueda generar expresiones masivas como el "Basta ya" en España, en contra de los atentados de ETA, la sociedad colombiana asuma conciencia de su autonomía para decidir qué quiere ver y qué no quiere que vean sus hijos.
Constitucionalmente la censura no está permitida en Colombia y si la mordaza política es lesiva a la libertad, dañina es también la que provenga del poder económico, mediante la presión de la pauta.
Pero abonamos en movimientos como #Noen3caines esa fuerza que expone un colectivo frente a la violencia.
De hecho, esa dinámica ciudadana da pie para analizar con seriedad hasta qué punto existe una saturación de las llamadas narconovelas, con sus caínes de todos los pelambres presentados como héroes, sin ninguna contextualización, sin rigor histórico, sin motivar reflexión y análisis, edificando todo sobre la visión del criminal y con ausencia de la voz de las víctimas.
La fallecida novelista y ensayista Susan Sontag dijo en su momento al hablar de estos temas, que tal saturación alienta el surgimiento del hastiado y del cínico y advierte sobre "la persistente sospecha sobre el interés en estas imágenes y las intenciones de quienes las producen. Tal respuesta proviene de los dos extremos del abanico: de los cínicos que nunca han estado cerca de una guerra y de los hastiados del conflicto soportando sus desgracias cuando se les fotografía".
La antropóloga María Victoria Uribe, con gran reconocimiento en el país por sus análisis sobre el conflicto armado cuestiona la pertinencia del tema cuando, según dice, "las heridas están todavía abiertas".
El crítico de televisión Omar Rincón se pregunta a su vez por qué la serie no antepone desde el comienzo personajes antagónicos realmente "buenos".
De toda realidad existen miles de caras, pero al menos dos de ellas son absolutamente necesarias cuando uno se quiere acercar a una verdad y más si es a una verdad histórica.
¿A quién dejarle la construcción de la memoria en una sociedad que todavía no ha superado el conflicto armado? ¿Qué papel juega la televisión con estos relatos de urgencia?
Algunas voces académicas plantean la autorregulación de los medios y reclaman una contribución más positiva a la construcción de una sociedad más incluyente y pacífica.
Por los comentarios de los lectores en las páginas web se podrá comprobar qué tan lejos estamos de este propósito por la polarización que ha generado la violencia de narcos, guerrilleros y paramilitares, y sus estructuras herederas, las bacrim.
Es claro que en Colombia no existe una cultura del televidente y esta no es fomentada en todos los hogares, ni en las escuelas y menos por la televisión. No se trata de moralidad, esto es un asunto de corresponsabilidad en la construcción de una sociedad mejor.
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