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Siria: desafío de la impunidad

Mientras el mundo espera la caída definitiva del dictador libio Muamar el Gadafi, el régimen sirio de Bashar Al Assad mantiene la violenta represión contra los manifestantes. Durante los últimos tres días, 32 civiles han muerto, pero la ONU no logra una resolución de condena. Los rebeldes sirios ya comenzaron a armarse para defenderse. El desenlace podría ser el peor para la región.

30 de agosto de 2011
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Mientras la ofensiva rebelde avanza hacia el fin de la era Gadafi en Libia, dos hechos hasta ahora inéditos en las protestas contra el régimen de Bashar Al Assad en Siria podrían marcar el inicio de su caída. El primero, y quizás más trascendental para sus opositores, es el resquebrajamiento de la unidad militar; y el segundo, que los manifestantes sirios han comenzando a armarse.

La pregunta es si eso es suficiente. La violenta respuesta, desmedida y sangrienta, que el régimen de Al Assad ha dado en estos meses de protestas callejeras, con poco más de 2.200 civiles muertos, no deja muchas opciones y, por el contrario, la radicalización de sus métodos es una realidad latente. La orden del dictador sirio ha sido la de perseguir a los militares desertores y mantener el hierro caliente contra quienes siguen protestando en las calles de Damasco, Deraa, y en algunas ciudades fronterizas con Irak y Líbano.

La clave para resolver el conflicto sirio, más complejo y peligroso que el de Libia si se quiere, y con más intereses políticos que económicos entre las grandes potencias, pasa inexorablemente por la decisión que tome el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cada vez más tímido y fraccionado sobre su papel en Oriente Medio y el Norte de África.

Los fracasos, el primero hace tres meses y el segundo hace una semana, de una resolución de condena de la ONU contra Siria, han envalentonado al dictador. La desproporción militar ha sido tal que el régimen ha usado buques de guerra para contrarrestar las protestas en zonas como Latakia, el principal puerto del país. Ni las celebraciones sagradas del Ramadán han apaciguado la represión de Al Assad. Los soldados leales han matado al menos a 551 civiles en el último mes.

Ayer, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos impuso nuevas sanciones contra miembros clave del gobierno sirio, y el Presidente Obama, que ha dejado el liderazgo de cualquier decisión en manos de Francia o el Reino Unido, se ha limitado a pedir que Bashar Al Assad respete los derechos humanos e inicie un proceso democrático en Siria.

La dura posición de Rusia y China, como países con poder de veto dentro del Consejo de Seguridad de la ONU, limitan el margen de maniobra contra Siria, que a su vez es un punto geoestratégico para la estabilidad política en Oriente Medio. Quien más ha insistido en una intervención en Siria ha sido Israel, su principal contradictor en la región.

Así las cosas, y mientras la situación de Libia siga siendo tan difusa, incluso si Gadafi finalmente cae, lo que juega a favor de Al Assad es el doble estándar internacional que se viene aplicando para situaciones de fuerza similares en la región árabe.

Como lo decía el profesor Michael Shifter en su columna del martes en EL COLOMBIANO, el modelo libio no es posible aplicarlo para la situación siria, pues los riesgos podrían ser más letales. Esa es una zona de por sí convulsionada y con muchos polvorines en combustión lenta. De ahí que la noticia de que los rebeldes sirios se estén armando no sea tan buena. Como tampoco que Bashar Al Assad los siga matando impunemente.

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