Estación Orden, con O grande y bien señalizada para indicar que es una vía circular o uno de esos Round Points que ya son anacrónicos, poco funcionales, focos de contaminación e imposibles para los peatones.
Pero lo de la O es lo de menos, pues el orden urbano, lo que se llama estética urbana, es la correcta ubicación de elementos para que sean reconocibles en su forma y función y, por allí, transitando, se eduque el ciudadano.
Ya lo decía Artistóteles, la ciudad es, más que objetos sobre un plano, una reunión de hombres libres (gente que mejora) en busca de un logro y un bien común.
Y ese logro y bien común tiene como objetivo la seguridad y la espacialidad y, como consecuencia de ello, el desarrollo de las capacidades (otros dirán que habilidades) de los ciudadanos.
O de la urbe, que son las personas por entre los elementos (calles, parques, aceras, edificios, comercios, plazas, vacíos, etc.) que constituyen la ciudad en términos activos de habitabilidad y convivencia.
La palabra ciudad viene del latín civitas, de donde se desprende civilidad y civil (en términos de derecho), ingeniería civil (la que construye ciudades y uniones entre un punto y otro) y civilización, maneras de habitar la ciudad para que sea productiva en asuntos de ciencia, humanidades, economía y capital intelectual, siendo esto último lo que la ciudad sabe para convertirse en foco de atracción.
La ciudad, a partir de lo urbano (los espacios habitables), es un sitio dinámico con múltiples uniones que accionan el intercambio intelectual y económico y, a la vez, permite vivir en mejores condiciones que en el campo.
Pero para lograr esto, se necesita el orden: zonas residenciales, comerciales, deportivas, escolares, de divertimento, de movilidad, etc., debidamente separadas y con usos propios.
Una ciudad, entonces, no es una montonera de edificaciones, vehículos (agentes móviles de contaminación), tipos de habitación desprovistas de su función (zonas residenciales mezcladas con lugares de divertimento, espacios comerciales al lado o entre zonas de tolerancia), universidades encerradas entre vías, lo que obliga a los estudiantes a estudiar cómo pasar la calle, en fin. Un desorden no es una ciudad.
Es más, el desorden acaba con la ciudad por más obras que se hagan, pues el problema esencial no es la infraestructura sino el abarrotar esas construcciones con excesos que no permiten la convivencia, con desórdenes en nombre del libre comercio, con sobrepoblaciones en donde no existe compensación urbana. Un desorden es la imposibilidad de pensar y actuar bien. Es el fin.
Acotación: en 1961, Jane Jacobs, escribe el libro más importante que se ha escrito sobre urbanismo: Muerte y vida de las grandes ciudades americanas. Ella, sin ser arquitecta ni urbanista (era periodista de una revista de arquitectura) da en el clavo: la ciudad se destruye cuando desaparecen sus funciones vitales: la convivencia y la espacialidad.
Continuará.
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