Desde niño, Héctor Arango Gaviria supo lo que era servir a los demás. "Mi papá y yo éramos colaboradores del Centro Social de El Poblado y desde las 5:30 de la mañana estábamos allá trabajando, construyendo las obras con empanadas. Yo era el cajero y me ponían un banquito con cajas de cerveza para que alcanzara la misma máquina registradora que todavía funciona", recuerda.
Fue una niñez absolutamente sana en torno al barrio El Poblado, dice, donde además había un convento muy grande de las Carmelitas Descalzas "y yo iba a motilar prados y a ayudarles a las monjas. De niño me han gustado dos cosas y gracias a Dios perduran: las obras sociales y el trabajo remunerado".
Por eso, toda la vida de Héctor Arango ha estado marcada por dos caminos que ha recorrido al mismo tiempo: el trabajo en el sector productivo y el trabajo en lo social. "Siempre me ha gustado la plata y me ha gustado el servicio", sentencia este hombre con una prolífica y admirable hoja de vida.
Aún siendo joven, Héctor estuvo a punto de ordenarse como sacerdote jesuita, pero se retiró del noviciado guardando para sí la vocación de servicio que lo acompañaría por el resto de su vida, junto con la pasión por la administración, "porque administrar viene del latín 'administrare' que significa servir".
Bachiller del Colegio San Ignacio y Administrador de Empresas de la Universidad de Medellín, con formación avanzada en Organización y Alta Gerencia, la mayor parte de su vida laboral transcurrió en la Compañía Nacional de Chocolates, a la que estuvo vinculado durante 31 años.
En esa empresa ocupó los cargos de director del departamento comercial, luego vicepresidente financiero y administrativo, y finalmente vicepresidente Ejecutivo hasta que hace cinco años decidió retirarse para dedicarse de lleno a promover la responsabilidad social empresarial desde distintos ámbitos.
"La primera labor social que hace uno en el interior de su empresa es crear cultura, valores, principios, equidad, y que la empresa tenga toda una dimensión social. Yo me siento orgulloso de haber participado en la creación de esa cultura", dice con orgullo este artífice del Premio Nacional de la Calidad de 1982 otorgado a esa compañía.
Con la preocupación de trascender a toda Colombia esa cultura de la solidaridad, Arango ingresó al Icontec, donde es presidente del Consejo Directivo desde hace 18 años. Y fue durante su gestión que se homologó la serie ISO en Colombia. Cuenta que ya hay en el país 9 mil organizaciones certificadas.
Otro reto suyo ha sido elaborar una guía mundial de responsabilidad social, la cual quedará lista en un año porque "más que cumplir con responsabilidad social, lo que hay que hacer es trascender con responsabilidad social", asegura.
Desde esa perspectiva y definiendo la voluntad de servicio como "abrir el corazón para que quepa el otro", Arango contribuye, ad honorem, con el sector solidario en obras como la Corporación Pueblo de los Niños, la Fundación Francisco y Clara de Asís, la Corporación San Pablo, la Fundación Ximena Rico Llano y muchas más.
"Cuando uno trabaja por los demás, con los demás y para los demás, jamás espera este tipo de reconocimientos como EL COLOMBIANO Ejemplar porque precisamente ése es uno de los principios de la solidaridad. La invitación es para que los empresarios puedan hacer esa vida paralela, porque no hay ningún cargo que excluya el tema de la solidaridad y del amor".
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